Rebajar la importancia de la literatura en el bachillerato marca el final de toda una época. Ya habíamos visto sentar en segunda fila al latín, al griego ya la filosofía, y ahora le toca a la literatura. A este paso veremos cómo en un tiempo le tocará a la lengua, hasta llegar a la lectura y la escritura.
El ministerio de Educación puede argumentar lo que quiera, pero que un alumno de bachillerato humanístico pueda graduarse haciendo el mismo nivel de literatura que sus compañeros del científico es una burla en el concepto de humanismo mismo.
Las capas de historia de la humanidad que la literatura carga encima son interminables, empezando por cinco mil años de escritura y siguiendo por los nombres de los genios de tantos siglos que han dejado huella con su obra, los mitos y personajes que han creado y que todavía sirven para explicar el presente, las historias que hemos leído con deseo, las vidas que han enriquecido, cambiado, impulsado con sus palabras. Una literatura significa también una lengua, una tradición, una identidad. La literatura pasa por encima de la oficialidad de los pasaportes y es el campo en el que cada lengua puede ofrecerse al mundo sin necesidad de medirse. Para la literatura catalana no es menor pérdida.
Rebajar la importancia de la literatura en los estudios de bachillerato representa un grave empobrecimiento de las vidas de los alumnos de hoy y de la sociedad de mañana, es privar a los jóvenes de textos que les permiten entender mejor el mundo al que se incorporan y que les pueden calentar toda la vida. Es conducirlos hacia una vida instrumental, sin relieve y, nunca mejor dicho, sin poesía. Sin sentir el gozo del espíritu que todos hemos experimentado cada vez que hemos amado un libro recién leído.