La emergencia del paro, la urgencia de tener gobierno

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La fachada de una oficina de trabajo

El paro de febrero es otro cubo de agua fría, otro mes negativo para el mercado laboral. Catalunya ha sumado 4.209 parados más y el total de parados se ensarta ya a los 512.290, un dato que no se lograba desde enero del 2016. Es el incremento mensual más fuerte de febrero de los últimos nueve años. En estos doce meses de covid el número de parados ha crecido en 117.076, un aumento del 29%. Solo ha disminuido en julio y en septiembre, en este último caso muy tímidamente. La situación, por lo tanto, es preocupante. La pandemia se alarga, el proceso de vacunaciones está siendo más lento de lo previsto y el mundo económico continúa a medio gas, encallado en la incertidumbre. Muchos negocios están al límite de su resistencia, de forma que, una vez se acaben los ERTE –en Catalunya hay 190.000 trabajadores en esta situación, 20.000 más que en enero–, el panorama puede ser todavía más desolador, más delicado. En España, donde se acaba de superar la barrera simbólica de los 4 millones de parados y los empleados en ERTE ya son casi 900.000, la situación y la perspectiva para el futuro inmediato es igual de grave. Hasta ahora, las ganas de los gobiernos catalán y español de dar buenas noticias, de crear un clima mínimamente optimista para acompañar el camino de salida de la crisis pandémica y económica no revierten la dura realidad, que es la que es: el covid-19 tardará en desaparecer y continuará interfiriendo en el funcionamiento social durante tiempo, con todo lo que esto comporta en términos de parada económica. Por lo tanto, más que hacer brindis al sol, lo que hace falta es hacer políticas concretas y efectivas, codo a codo con los agentes sociales y productivos.

La cuestión es que en doce meses se ha dado la vuelta a la tortilla. Hace un año se creaba ocupación, básicamente en el sector servicios. Ahora se destruye, sobre todo en este mismo sector. No es fácil parar la sangría y de golpe tenemos dos urgencias: parar el golpe y, a la vez, cambiar hacia un modelo más industrial, hacia la creación de puestos de trabajo con más valor añadido y, por lo tanto, más seguros. El turismo, una industria con sueldos bajos y con poca exigencia formativa, continuará sufriendo durante tiempo. Su peso exagerado en el PIB ya era un problema detectado y ahora es un drama. La economía catalana necesita hacer un auténtico viraje que necesita recursos, inteligencia y estrategias a medio y largo plazo. Para que sea posible el giro y la remontada, además de la necesaria inyección de recursos públicos para ayudar al sector empresarial, hace falta un liderazgo político y estratégico claro. Y aquí resulta imprescindible llamar una vez más a la formación rápida de un gobierno en Catalunya que se conjure para sacar al país de la crisis. Un gobierno que, además, actúe de una vez de manera cohesionada y decidida, con la máxima pericia técnica, y con el objetivo inaplazable de hacer posible que se vuelva a crear riqueza y que, en paralelo, se atienda a las víctimas de la crisis social que ya estamos viviendo y que todavía se puede agravar más si el mercado laboral no remonta. Sin empresas viables, muchas familias lo pasarán muy mal. El paro hace más urgente tener gobierno y que sea sólido.

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