En julio de 2017 escribí aquí un artículo titulado "Docents de català incompetents" ("Docentes de catalán incompetentes") y hoy, por desgracia, me tengo que limitar a parafrasear aquel título porque la situación continúa siendo igual de escandalosa. El escándalo es muy fácil de resumir: ahora mismo, y gracias al máster que hay que cursar para ejercer de docente en la secundaria, es posible ocupar una plaza titular de lengua y literatura catalana en un instituto –un trabajo que a menudo se ejerce 30 años o más– teniendo un conocimiento muy deficiente del catalán. El mal que esto está haciendo y hará a la lengua es difícil de calcular, y lo más chocante, triste y paradójico es que es un mal que se inflige desde nuestras instituciones: lo infligen los mismos políticos que se autodenominan soberanistas (y que no dudo que lo sean en muchos sentidos).
Vuelvo hoy a este escándalo sin resolver después de leer en el último número (el 113) de la revista Llengua Nacional un dossier centrado en el espinoso tema del acceso a la docencia en este ámbito. Lo encabeza un escrito de Josep Bargalló que, leído a la luz de los otros artículos, te sume en una mezcla de perplejidad, indignación e impotencia. Dice el actual conseller de Educación que la obligación de su departamento es no dejar a los alumnos sin profesores y que, a pesar de que el ideal es que enseñen lengua y literatura catalanas los de filología catalana, este grado no garantiza por sí solo las competencias para hacerlo: hace falta el máster que en teoría enseña a enseñar los conocimientos que se tienen y que son –Bargalló lo admite y lo dicta el sentido común– del todo imprescindibles. El problema es que la jubilación masiva de los docentes incorporados en los 80 no puede ser cubierta solo por los filólogos catalanes y hace falta que otros titulados, una vez hecho el máster, también ocupen las vacantes.
Pero lo que confirman por enésima vez los otros artículos es que, en lugar de ser un filtro que impide que titulados no filólogos enseñen catalán sabiendo muy poco, el máster actúa como aval para que lo puedan hacer. Y que quede claro: no estoy defendiendo que solo los filólogos puedan enseñar lengua y literatura catalanas. Defiendo, y da vergüenza tenerlo que decir, que solo puedan enseñar lengua y literatura –la que sea– los que sepan hacerlo. Sin embargo, para empezar –y esto se ha decidido en Catalunya–, el máster es de “lengua y literatura catalana / castellana”. Y, para continuar, obvia la prueba en que se tendría que demostrar que se dominan los contenidos que “enseña a enseñar”, porque entiende que ya los garantiza la titulación exigida.
Hay que ser muy ignorante o cínico para considerar que un B2 o haber hecho 30 créditos en catalán prueba este dominio. Sin embargo, devaluar los títulos de catalán es una práctica institucionalizada de la Generalitat. Cada año regala el C1 –el nivel que se exige después para acceder a las plazas– a miles de estudiantes que acaban la ESO siendo del todo incapaces de hablar y escribir con un mínimo de competencia el idioma “propio del país”. No es muy sorprendente, pues, que habiendo mantenido tantos años esta ficción con los alumnos, le haya costado tan poco extenderla a los profesores.
Albert Pla Nualart es lingüista y escritor.