Cómo entender esta época de confusión

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Joe Biden y Xi Jinping encajando manos

En esta época de policrisis planetaria procuramos orientarnos mirando al pasado. ¿Estamos ante una nueva guerra fría, como plantea Robin Niblett, ex director del think tank de asuntos internacionales Chatham House en su libro The New Cold War? ¿Nos empuja todo esto al borde de lo que podría ser la Tercera Guerra Mundial, como defiende el historiador Niall Ferguson? O, como yo mismo he apuntado en algunas ocasiones, ¿el mundo empieza a parecerse a la Europa de finales del siglo XIX, en la que rivalizaban imperios y grandes potencias?

Otra forma de expresar nuestras vicisitudes desde un punto de vista históricamente comprensible es definirlas como una era, “la era de...”, añadiendo después unas palabras que denoten un paralelo. elismo o un fuerte contraste con la era anterior. Es lo que insinúa Fareed Zakaria, el gurú de asuntos exteriores de la CNN, en su último libro, Age of Revolutions: estamos en una nueva era, la de las revoluciones; es decir, hay cosas que podemos aprender de la Revolución Francesa, de la Revolución Industrial y de la Guerra de Independencia de EE.UU. ¿O quizá sea más bien “la era del hombre fuerte”, como apunta a The Age of the Strongman Gideon Rachman, comentarista de asuntos exteriores del Financial Times? No, es "la era sin paz", dice en The Age of Unpeace Mark Leonard, el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, porque "la conectividad provoca conflictos".

¡Y ahora! ¡Ni hablar! Sin duda es "la era de la IA", The Age of AI, el título del libro coescrito por el difunto Henry Kissinger, el decano de los gurús de asuntos exteriores. O “la era del peligro”, como afirma el ensayista Bruno Maçães en un número reciente del New Statesman. Si escribe las palabras “La era de...” en el cuadro de búsqueda de la web de la revista Foreign Affairs, saldrán un buen puñado de opciones, como “la era de la amoralidad”, “de la inseguridad energética”, “de la impunidad”, “de la America First”, “de la desorientación de las grandes potencias” y “del desastre climático”.

¿Se le ocurre ninguna otra? O quizá sólo sea la era del alboroto, una época en la que las editoriales y los medios de comunicación empujan implacablemente a los autores a elegir títulos altisonantes, dramáticos y demasiado simplificadores para conseguir un impacto en las ventas dentro de un mercado demasiado saturado de ideas?

Bromas aparte, es fundamental aprender de la historia porque, como escribe en Regreso a Brideshead Evelyn Waugh, el maestro de la prosa inglesa más precisa: "No tenemos nada seguro salvo el pasado". Pero la clave es saber leerlo. En primer lugar, debe identificarse la combinación de lo viejo y lo nuevo. Como dijo el secretario de estado estadounidense Anthony Blinken durante una reciente visita a Pekín, la relación entre las dos únicas superpotencias actuales, EEUU y China, es sin duda “una de las más importantes del mundo”. Al igual que en la Guerra Fría, estas dos superpotencias mantienen una rivalidad estratégica a largo plazo, que es global, multidimensional e ideológica.

Sin embargo, como señala acertadamente Niblett al comienzo de su libro, “la nueva guerra fría no se parecerá nada a la anterior”. Subraya dos grandes diferencias: el grado de integración económica entre estos dos países, que en el pasado ha llevado a algunos analistas políticos a hablar de “Ximérica”, y el hecho de que esta rivalidad sea “mucho menos binaria” porque hay muchas otras potencias grandes y medias, como Rusia, India, Japón, Turquía, Arabia Saudita y Brasil. El primer punto es importante, pero no siempre impedirá que una guerra fría se caliente. Pocos años antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, el periodista y político Norman Angell publicó un libro bastante influyente, The Great Illusion. Afirmaba que el grado de interdependencia económica entre las grandes potencias europeas hacía muy improbable una gran guerra entre los estados y que, de estallar, no duraría mucho. Al final resultó que la gran ilusión fue la tesis de Angel.

La segunda diferencia citada por Niblett me parece convincente. A veces, estas otras potencias se llama "los nuevos no-alineados" –otro término de la Guerra Fría–, pero son mucho más ricos y poderosos que los no-alineados anteriores a 1989. Como vemos en la guerra de Ucrania, gracias a las relaciones de Rusia con países como China e India, la economía rusa es capaz de sobrevivir a todo lo que Occidente le pueda echar encima.

Ivan Krastev, Mark Leonard y yo, que hemos intentado también encontrar un nombre que englobe toda esta era de la confusión, proponemos un “mundo a la carta”, en el que las potencias no occidentales grandes y medianas forman alianzas transaccionales y se alinean a veces simultáneamente con socios distintos según las áreas de poder. Por ejemplo, combinan una intensa relación económica con China y la colaboración con Estados Unidos en materia de seguridad. Este análisis contradice la idea de un nuevo eje autoritario bastante más sólido, formado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte. En este caso, la misma palabra eje implica algo parecido a una alianza en tiempos de guerra, porque no recuerda sólo al “eje del mal” mencionado por el presidente de Estados Unidos George W. Bush, sino también al Eje de la Segunda Guerra Mundial, constituido por la Alemania nazi, Italia fascista y Japón impériale. “Y ahora, como en los años 30 –escribía Ferguson a principios de año en Daily Mail– ha aparecido un eje autoritario muy amenazante...”

Aprender del pasado también implica saber distinguir, por un lado, la interacción entre estructuras profundas y procesos y, por otro, la contingencia de los hechos, la coyuntura, la voluntad colectiva y el liderazgo individual.

Nuestra época nos ofrece importantes ejemplos de ambos tipos de fuerzas históricas. Uno de estos cambios estructurales profundos es el proceso por el que la acumulación de los efectos no deseados de las actividades humanas está transformando peligrosamente nuestro entorno natural mediante el calentamiento global, la reducción de la biodiversidad y la escasez de recursos. Por eso se define nuestra época como el antropoceno. Otro cambio es el desarrollo acelerado de la tecnología, como la IA. Kissinger afirmaba que las aplicaciones militares de la IA, imprevisibles de natural, podrían llegar a socavar la mínima estabilidad estratégica de disuasión nuclear ahora existente entre EE.UU., China y Rusia. Pero si alguna vez duda de que la contingencia de los hechos y las decisiones personales humanas también son importantes, sólo tiene que remontarse en febrero de 2022, cuando el liderazgo personal y motivador de Volodímir Zelenski y las fuerzas ucranianas, que impidieron que los rusos controlaran aeropuerto de Hostómel, cambiaron el curso de la historia.

Y esto nos lleva al último punto y lo más importante. La cacofonía interpretativa que he descrito es en sí misma sintomática de que nos encontramos en una nueva época de la historia europea y mundial, una época en la que todo el mundo busca un nuevo rumbo. Detrás del período de la posguerra (después de 1945) vino el período post-Muro, pero sólo duró del 9 de noviembre de 1989 (caída del Muro de Berlín) al 24 de febrero de 2022 (invasión rusa de Ucrania). En la historia, como en las novelas, el comienzo es muy importante. Lo que se hizo durante los cinco años posteriores a 1945 configuró el orden internacional de los siguientes cuarenta años, y en algunos aspectos, como la estructura de la ONU, ha durado hasta la fecha. Así pues, lo que hacemos ahora –por ejemplo, si ayudamos a Ucrania a ganar o dejamos que pierda– será crucial para determinar cómo será la nueva era. La lección más importante de la historia es que construirla depende de nosotros.

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