Épica esparracada

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Algunos de los asistentes al acto de Carles Puigdemont en Elna.

Ragged Glory es el título de uno de los grandes álbumes de Neil Young, en compañía de sus camaradas Crazy Horse. Es de principios de los años noventa, y Carles Puigdemont (el Muy Honorable Presidente Carles Puigdemont o MHP Puigdemont, como te corrigen sus seguidores cuando lo mencionas), como es rockero, seguro que le conoce.

El actual presidente de la Generalitat en el exilio (escribo “actual” porque el exilio, la detención, la cárcel y la ejecución son destinos que han conocido varios predecesores suyos, configurando un hilo rojo, y trágico) , es sin duda el único político catalán en activo capaz de insuflar épica a una campaña que en principio se presenta sobrevenida (no era necesario convocar elecciones) y anodina. El electorado legitimista, que reclama continuar la historia donde quedó en octubre del 2017 (el día 1, 3, 10 o 27, eso ya cada uno se sabe) se siente mejor representado y es previsible que se movilice .

Ahora bien, la cuestión es que no vivimos en octubre del 2017. Han pasado seis años y medio, durante los cuales los mismos partidos que debían gestionar el capital político obtenido con el referéndum se han dedicado a dilapidarlo lo de forma chapucera, en peleas que no sólo son entre estos partidos, sino entre facciones, familias, grupitos, y, muy a menudo, individuos. Este capital político estaba hecho no sólo de una reivindicación de libertad nacional colectiva, sino también de una voluntad explícita de avanzar en libertades y derechos ciudadanos. En el objetivo de hacer una República para construir un país que debía avanzar, que debía ir hacia delante. La demostración de que un nuevo estado, aunque fuera pequeño, tenía mucho que aportar a un mundo atemorizado, convulso y en crisis como el Occidente de nuestros días, etc.

Todo esto se ha ido al diablo, entre peleas, insultos, tierrias y odios. La unidad que ahora vuelve a reclamar Puigdemont se ha estropeado hasta el punto de dejar espacio a oportunistas, charlatanes, salvapatrias e, incluso, ultranacionalistas y xenófobos. Subproductos que ahora también reclaman su sitio en una mesa donde se sirve un menú que ya no apetece, porque se presenta estantino y frío. Los llamamientos a la unidad ya no interesan, y menos si vienen de aquellos que han hecho tanto para hacerla imposible.

Las elecciones del 12-M, vistas desde la perspectiva de España, son un plebiscito sobre la amnistía y, por tanto, sobre Pedro Sánchez. Si Puigdemont queda segundo después de Salvador Isla, Pedro Sánchez habrá derrotado al independentismo, que a su vez tiene dos perspectivas por delante: dejar de sumar, o sumar pero no ser capaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno. También puede producirse una situación en la que ERC vuelva a tener no la presidencia (lo que para muchos, en Junts, es la máxima prioridad), pero sí la clave, como en tiempos de Carod-Rovira: formar un gobierno independentista con Juntos o uno de izquierdas con PSC y comunes.

La épica, casi siete años después, aparece desdibujada, desgarrada, deshilachada. Y no parece que pueda reanudar el empuje ni con el más poderoso de los riffs de guitarra de Neil Young.

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