Esta semana la negociación para formar el nuevo Govern entra en la fase decisiva, y el viernes, como muy tarde, tendría que ser la investidura, en principio, de Pere Aragonès como 132º presidente de la Generalitat. Sería imperdonable que no hubiera acuerdo entre las fuerzas mayoritarias por razones partidistas o de reparto de carteras. Hace un mes de las elecciones y, hasta ahora, por lo que han comunicado los partidos, no se ha entrado todavía a hablar de cómo será el nuevo Govern. Teniendo en cuenta la situación de crisis económica, social y sanitaria que vive el país, es evidente que van tarde.
Ahora, sin embargo, parece que empezarán las conversaciones serias y en estos próximos días se podrían acelerar. El primer paso se dio ayer con el preacuerdo que firmaron ERC y la CUP sobre la investidura. Aun así, nada hace pensar que finalmente los anticapitalistas entren en el Govern, que previsiblemente será, como en la legislatura pasada, una coalición entre ERC y JxCat al 50%. Los de Junts han visto el anuncio de este preacuerdo como una manera de presionarles sobre la negociación, pero también se puede leer como una manera lógica de ir avanzando hacia el objetivo final, puesto que para lograr la investidura se necesita también el acuerdo de la CUP. Ahora la discusión entre los dos grandes partidos independentistas se centrará en quién se queda qué. Los puntos de fricción que se divisan en estas negociaciones todavía por concretar serán la gestión de los fondos europeos –ERC había propuesto en campaña que dependieran de un comisionado específico, pero JxCat los reclama porque espera poder gestionar el conjunto del área de Economía–, la acción exterior, que los dos partidos se disputan, y también las políticas sociales, que son las que disponen del grueso del presupuesto.
Este reparto de cargos y carteras, sin embargo, puede llevar al mismo camino de la legislatura pasada y, por lo tanto, a las mismas crisis. Sería importante que se establecieran vías claras y protocolos de relación que evitaran el lío y el lamentable espectáculo del pasado reciente. Por eso harían falta sistemas de coordinación que aseguraran la circulación de información entre todos los miembros del Govern con el objetivo de que todo el mundo se hiciera corresponsable de la acción de gobierno. Se trata de que haya una hoja de ruta común, un debate interno claro y honesto sobre el camino a seguir en diferentes ámbitos y un mecanismo para dirimir las diferencias que sea ágil y claro.
Los ciudadanos ya han hecho su trabajo y están teniendo mucha paciencia en tiempo de dificultades. Recordemos que en enero del 2020 el gobierno de coalición que ahora se acaba ya se dio "por amortizado" y, primero la pandemia y después la inhabilitación del presidente Torra sin que se hubiera convocado elecciones, han alargado la agonía de un Govern cada vez menos activo y menos ejecutivo. Catalunya necesita un Govern fuerte, unido en sus objetivos, proactivo y que impulse la reconstrucción. El trabajo que tendrá es enorme y no podemos perder tiempo en las discusiones internas. Antes de empezar, hace falta que se pongan las bases de una coalición seria.