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La destrucción de una familia tocada por el sida

Anthony Passeron es un profesor de literatura, historia y geografía de cuarenta años. Nació en Niza y vivió su infancia en un pueblecito de al lado, Dinha (en francés Digne-les-bains). Su familia tenía una carnicería y eran bastante conocidos y respetados por sus vecinos, una familia querida por su clientela, una familia trabajadora y más o menos feliz, una familia como las demás.

Anthony tenía un tío, el hermano del su padre, Désiré, del que sólo guarda un recuerdo, porque murió cuando él era muy pequeño. Fue a verle al hospital y recuerda un cuerpo débil, un bigote, un beso.

Ahora, cuarenta años después, este profesor se decide a escribir un libro sobre la muerte de este tío que prácticamente no recuerda. ¿Y por qué lo hace? Porque esta tragedia marcó a su familia –sus abuelos, sus padres– y el estigma ha llegado hasta sí mismo. Considera –y seguramente no le falta razón– que el hecho de que no se haya hablado con la familia les ha impedido liberarse. Por eso ahora él explica que su tío Désiré fue uno de los primeros infectados por el VIH y no pudo sobrevivir a la enfermedad.

Es fácil que en un pueblo pequeño una muerte antes de tiempo sea comentada y largamente recordada. Pero el Désiré no murió de accidente o cáncer o por cualquier otra razón. El Désiré murió de sida y este hecho señaló a su familia, que hasta ahora no ha podido superar la vergüenza: el sida era una enfermedad de homosexuales y drogadictos y, durante muchos años, quienes la sufrían se vieron rechazados por una sociedad temerosa y poco tolerante.

Los hijos dormidos, la novela de Passeron que ha publicado La Otra Editorial y ha traducido a Lluís-Anton Baulenas, es la memoria de aquellos años. Los recuerdos de la familia se van alternando con el relato de las primeras investigaciones sobre el virus y con la cruda descripción de una reacción social que ahora nos avergüenza, pero que todos sabemos que podría volver a repetirse.

El tío Désiré y su esposa Brigitte, antes de caer víctimas de la enfermedad, tuvieron una niña, Émilie, una criatura que sufrió todos los males derivados del sida, tanto físicos como morales. La prima de Anthony Passeron. La víctima inocente. La razón por la que este profesor se ha visto empujado a escribir esta historia.

Son unos hechos que conocemos, pero quizás no en detalle. Y hay detalles escalofriantes: el doctor Willy Rozenbaum, que atendió a los primeros casos de la enfermedad registrados en Francia, trataba de alertar a su país de la importancia de la epidemia que ya estaba asolando a Estados Unidos. Cuando la consulta de este especialista en enfermedades infecciosas empezó a llenarse de pacientes homosexuales, la dirección del Hospital Claude-Bernard, donde trabajaba, le hace saber que, si decidía seguir investigando este síndrome, debería buscar trabajo en un otro centro.

La novela de Anthony Passeron está muy bien escrita, tiene un ritmo trepidante y está bien documentada. Y, sobre todo, es un libro que hacía falta. Léalo. Es necesario hacer memoria. Aunque sepamos, lamentablemente, que conocer la historia nunca ha impedido a la humanidad repetirla.

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