El Presidente de la generalidad, Salvador illa, en la Reunión de Gobierno de hoy martes
02/09/2024
2 min

En política siempre es difícil saber lo que hay de genuino y lo que hay de impostado en la construcción de los liderazgos. De hecho, muchos personajes decaen porque el abismo entre lo que son y lo que quieren parecer es demasiado grande y la figura se erosiona rápidamente. Estos días Francia vive un ejemplo para la historia: el derrumbe de la autoridad de Emmanuel Macron.

Aquí, el president Illa, con un rictus contenido que rehuye la grandilocuencia, con pocas ganas de hacerse notar más de lo que sea necesario, intentando capitalizar la resaca de un período que ha servido para que todos los actores tomen conciencia de las sus limitaciones –que es lo que ocurre cuando se quiere ir más allá de lo posible– va esparciendo por aquí y por allá pequeñas señales de hacia dónde quiere ir. La aparición, como quien nada, de la bandera española entre la catalana y la europea en su despacho es un ejemplo de ello. Ciertamente, la opción de un liderazgo discreto, buscando transmitir cierta naturalidad, tiene su sentido en el contexto actual. Una forma de acomodarse a la situación evitando las confrontaciones abiertas y las peleas innecesarias. Sin embargo, Illa se equivocaría si pensara que con desdramatizar la escena política es suficiente. De hecho, esa estrategia es especialmente exigente: para legitimarse necesita resultados concretos. Si los compromisos adquiridos no se cumplen, el proyecto se irá fácilmente al garete.

La estrategia de Illa responde a la convicción de que recuperar la calma es lo que pide el país en estos momentos. Y todas sus señales son para ganarse los espacios centrales, en su máxima extensión, asumiendo el rol de la socialdemocracia cada vez más reducido a hacer de la moderación valor central.

En este contexto me sorprendió la apelación al humanismo cristiano como referente de su planteamiento ideológico. Illa siempre ha reconocido su condición de creyente, lo que se agradece en un tiempo en el que solo hacen bandera de ello los que utilizan la religión para justificar su radicalización derechista. Pero, sin embargo, no puedo dejar de decirme que humanismo cristiano no deja de ser cierta contradicción en los términos. El humanismo es la capacidad de cada uno de pensar y decidir por sí mismo, vinculándolo a la creencia es ponerse bajo la limitación de verdades trascendentales inaccesibles a la razón crítica. La socialdemocracia siempre ha sido laica en su tradición. Seguro que Illa se ha quitado este recurso para ganarse sectores del espacio central de la sociedad catalana que miran al socialismo con desconfianza. Pero las apelaciones a la religión a la hora de la política siempre asustan. Hace tiempo que vivimos entre los impulsos fundamentalistas y las perplejidades críticas, ¿cómo salir de este callejón sin salida? Esta es la cuestión.

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