Europa y sus paisajes

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Imagen en 3D del proyecto de hotel de Aigua Xelida.

En un texto memorable, George Steiner se preguntó por la idea de Europa. Y concluyó que uno de los rasgos definitorios de Europa eran sus cafés –los cafés de Baudelaire, Pessoa o Kierkegaard–. No sé qué diría Steiner si viera que veinte años después de su ensayo cada vez hay menos cafés como los suyos y más franquicias de multinacionales. Los cafés europeos han sufrido la revolución industrial, que ha llegado a los servicios, como antes a la manufactura. Muchos cafés tradicionales han cerrado o se han reconvertido, estandarizados en cadenas globales de establecimientos, cada uno igual a los demás en decoración y con la misma carta. Han cambiado los cafés y han cambiado los clientes, y donde Steiner hablaba de locales con periódicos puestos en una costilla de madera a disposición de los clientes que iban a curiosear o hacer tertulia, ahora hay un nuevo público que busca wifi y enchufes para los portátiles.

Los cafés de la idea de Europa de Steiner formaban parte de un paisaje a escala humana, otro rasgo definitorio de Europa. Europa, un espacio relativamente pequeño, intensamente poblado desde hace milenios, con ciudades compactas, que registran muchas capas históricas y acogen usos sociales y económicos que se superponen y mezclan. Sí, podemos decir con Steiner que Europa es la sucesión y combinación de sus paisajes.

Pero el paisaje, como los cafés, es algo dinámico, no es una postal clavada en el corcho del tiempo. Los urbanistas y geógrafos definen el paisaje como la suma de una primera naturaleza y una segunda naturaleza. La primera es el conjunto de espacios físicos y geológicos, costas, playas, ríos, montes, bosques, etc. La segunda es el conjunto de edificaciones e infraestructuras que los humanos hemos ido añadiendo a lo largo del tiempo: pueblos y ciudades, carreteras, vías de tren, puertos, etc. La primera naturaleza es el capital natural, el capital no creado, que apoya y provee los servicios ecosistémicos básicos para la vida –aire limpio y regulación de la temperatura, biodiversidad, agua, alimentos o procesos biológicos diversos–. Pero el paisaje está definitivamente gobernado por los humanos a través de la segunda naturaleza que modifica la primera.

El paisaje es dinámico. No es lo mismo el paisaje de la revolución neolítica que el paisaje de la primera revolución industrial o de la segunda o actual. No es lo mismo el paisaje de caminos con carros y mulas que el de autopistas en coches, el de carrilets que el de TGV, el de centrales térmicas o nucleares que el de aerogeneradores y placas solares. Admitida la dependencia económica y política del paisaje, la pregunta pertinente es cómo debe gestionarse.

La clave es respetar el capital natural que todavía no se ha dañado y restaurar y regenerar el resto. La adaptación al cambio climático pide dar un paso atrás en muchas infraestructuras públicas y privadas construidas en el litoral en las últimas décadas e indefensables actualmente. No solo no debe construirse más, hay que derribar muchas cosas. Al ver la polémica por las nuevas urbanizaciones en Aigua Xelida en la Costa Brava, en Cala Pada en Ibiza o en algunas calas de Mallorca, se piensa que todavía ahora muchas cosas se están haciendo exactamente al revés de cómo tocaría.

Ante la constatación de que más del 80% de los hábitats terrestres y marinos de la Unión Europea están en mal estado, la Unión ha aprobado una ley de restauración de la naturaleza (LRN). Con un recorrido político largo y complicado, pero finalmente aprobada, la LRN es bastante ambiciosa en objetivos y plazos de aplicación. Los estados miembros deben restaurar un 30% de los ecosistemas y hábitats degradados –bosques, praderas y pastos, zonas húmedas, ríos, lagos, costas y espacios litorales, etc.– para que pasen de un estado deficiente a un estado bueno en el año 2030, el 60% en 2040 y el 90% en 2050. En un primer momento, los estados deben dar prioridad a la restauración de los espacios incluidos en la Red Natura 2000. La ley establece que, una vez restaurados y vueltos a buenas condiciones, los estados velen, mediante planes nacionales, para que los ecosistemas no se deterioren de nuevo.

La LRN enfatiza la biodiversidad, los polinizadores y la restauración de zonas húmedas drenadas. En 2030 los estados deben haber puesto en marcha medidas para restaurar los bosques y los ecosistemas forestales, plantar más de tres mil millones de árboles en la UE y restaurar al menos 25.000 km de ríos. Además, los estados deben asegurar que para 2030 no existan pérdidas de las áreas verdes urbanas ni de la copa arbórea de los ecosistemas urbanos respecto a 2021, con aumentos consistentes, y controlados cada seis años, después de 2030.

En definitiva, cómo evolucionen los paisajes europeos en las próximas décadas depende de nuestras instituciones y de las políticas que implementen. No es una fatalidad. Hay recursos, hay instrumentos y, si hay voluntad, hay margen para hacer bien las cosas y salir adelante, en lugar de ir atrás como los cangrejos.

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