Una expareja por la calle

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Una pareja cogida de la mano.

"¡Eh!", ha hecho él, sinceramente sorprendido. Y ella: “¡Hola...! ¿Qué haces por ahí?” Es una pregunta absurda. Hace lo mismo que ella. Están en una calle cualquiera del Eixample de Barcelona. Se han dado dos besos torpes en la mejilla. ¿Cómo se saluda a una ex pareja? Cuando se separaron ya habían llegado al estadio de no darse un beso breve en los labios, sonoro, para despedirse. Se llamaban “Adeu” ya menudo ni se miraban a los ojos. Discutían mucho y lo dejaron correr porque no se dejaban vivir el uno al otro. “¿Tienes tiempo? ¿Hagamos un café rápido? ¿Cuánto hacía que no nos veíamos?”, pregunta ella. Y enseguida lo coge por el brazo y entran en un bar. ¿Cuánto hacía que no se veían? Años ahora. Cada uno rehizo su vida, que se llama. Ella se enamoró y ahora tiene a dos niños. Él, enamorarse no, pero ilusionarse sí, y ahora tiene una niña. Se miran. Nada queda del antiguo deseo, de la antigua intimidad. Nada de nada. No podría haberlo. De hecho, ambos, sin decírselo, piensan ahora: “¿Cómo puede que me gustara tanto?”

“¿Y tú cómo estás?”, pregunta ella. “Vive, que ya es mucho”, responde él, con esa ironía de antes, que tanto le exasperaba. “¿Te aguanta tu mujer?”, le pide en broma. "Yo soy lo que no le aguanta a ella". Se ríen. Ambos saben lo que pasa. Se han hecho mayores, y con sus nuevas parejas han discutido mucho más, con mucho más amarillo, con mucha peor leche, que ellos dos. Las discusiones de ambos, congeladas en el tiempo e interrumpidas, han sido superadas por las de ahora. Aquellas reconciliaciones de ambos, por supuesto, ya no existen en la vida, nueva y vieja, que hacen ahora. Se cogen la mano. Parecen mejores, hoy, aquellas discusiones por celos de ambos, que las que ahora tienen, cada uno, por los calcetines arrojados al suelo.

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