Fascismo o libertad

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Asociaciones de vecinos de la localidad de Rivas, en Madrid, convoca un acto para limpiar "el virus del fascismo" antes de las elecciones del 4-M.

No nos libramos de pandemias. Todavía no se ha acabado el horror del coronavirus que ya otro horror despunta en el horizonte. La amenaza fascista, que hace unos años que va cogiendo forma en el mundo, aterriza también en casa. No parecía posible: en Europa el fascismo fue vencido hace 75 años, pocas personas vivas lo pueden recordar y puede ser una tentación para los jóvenes, una ideología fuerte, que les ilusiona. En España el fascismo desapareció hace solo unos 45 años; muchas personas lo recordamos como una pesadilla que estropeó gran parte de nuestra juventud, y sabemos que hay que combatirlo por todos los medios; creíamos, pues, que el nuestro era un país con suficientes anticuerpos todavía activos. Es cierto también, sin embargo, que no fue vencido y destruido como en Europa, que las raíces no fueron arrancadas como habría hecho falta. Y, por lo tanto, hay un cierto terreno adobado donde empezamos a ver que puede arraigar de nuevo, por el golpe de viento mundial que lo esparce.

El fascismo es una peste mortífera. Hablar de muerte, en relación al fascismo, no es una imagen literaria, es una descripción del panorama que nos plantea. Recordad: Viva la muerte”, “Los novios de la muerte” y otros disparates similares, acompañados de muerte real. Se puede pensar que los brotes actuales a los que estamos asistiendo no son equivalentes al fascismo del siglo XX: tienen todos los síntomas, las amenazas de muerte aparecen inmediatamente, la voluntad de imponerse por la fuerza está presente desde el principio. Y, evidentemente, la democracia y la libertad son sus primeras víctimas: hemos visto, en la campaña de Madrid, que se han tenido que suspender los debates. Fuera las palabras, sustituyámoslas por armas, ¡el terreno en el que se sienten más fuertes!

Como siempre, los fascistas se apropian de símbolos democráticos e incluso de izquierdas para seducir y engañar a la buena gente. Los falangistas escogieron la camisa azul oscuro, porque era un color entero, neto, serio y proletario”, según tuvimos que aprender en nuestra infancia. Ahora la presidenta madrileña ha planteado el dilema “comunismo o libertad”. La contraposición es ridícula, el comunismo, utopía del siglo XX, ha desaparecido en el XXI como opción política disponible. En cuanto a la libertad, querida libertad, ¿quién se podría resistir a su invocación? La libertad se ha convertido, en los últimos tiempos, en una palabra clave para la derecha. Pero, ¿qué entiende, esta gente, por libertad? 

Como todos los conceptos importantes, la libertad ha tenido muchas interpretaciones; la más frecuente, sin embargo, corresponde a la idea que una persona, un grupo humano, un pueblo, pueda controlar al máximo posible su vida, sin imposiciones externas. Por lo tanto, como una situación que tiene relación sobre todo con la capacidad de cada uno para decidir cómo quiere vivir, con consecuencias no sobre los demás, sino sobre un mismo. La libertad ha sido fundamentalmente una reivindicación de los oprimidos y, por lo tanto, va connectada con la igualdad, para evitar que el poder se acumule. Hace tiempo, sin embargo, que el concepto de libertad es interpretado de otro modo: ahora es invocada para exigir poder hacer aquello que me parezca, y esto exige a menudo destruir los límites que las sociedades han ido añadiendo para evitar los abusos, los expolios, las imposiciones de los fuertes por encima los débiles. La libertad de la derecha es: no me impongáis ninguna norma, tengo derecho a hacer todo aquello que quiera, sin tener en cuenta las consecuencias. Libertad de bajar los sueldos, si puedo; libertad de corromper a políticos, si puedo; libertad de aumentar los alquileres, si puedo; libertad de explotar a mujeres como prostitutas, si puedo. Libertad de mentir, si me conviene. Y así el largo etcétera que conocemos, que se ha convertido en una amenaza constante para nuestra civilización, y que se contrapone a una igualdad que la derecha considera inaceptable, precisamente porque la igualdad exige poner límites a los privilegios. 

Esta forma de libertad es la que reivindica la señora Ayuso, más allá de la posibilidad de ir a un bar a tomarse una caña. Este es el concepto de libertad que vende la derecha ahora a todo el planeta y que seduce a tanta gente: fuera normas incómodas, ¡volvamos a la selva y que gane el más fuerte! Sin darse cuenta que romper las normas que con tanta dificultad han construido las sociedades como elemento civilizante implica que la gran mayoría pierde, que el poder y la riqueza se concentran de una manera salvaje y que, justamente, aquello que se destruye es la libertad de todos y todas, cada día más sujetas a la orden que imponen unos cuántos. 

Es posible que en Catalunya alguien tenga la tentación de pensar que esta evolución nos va bien, que si España se colapsa tendremos algún beneficio. No seamos ilusos: el fascismo lo destruye todo; ha habido una tendencia a menospreciar al adversario, con los resultados que conocemos. Y, además, tampoco Catalunya está libre de que se esparza entre nosotros la nueva pandemia. 

Marina Subirats es socióloga

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