Lo que nos hace felices es el diamante

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Diamantes en una imagen de archivo

Leemos en el ARA que la compañía minera canadiense Lucara Diamonds “ha anunciado el hallazgo de un diamante “excepcional” de 2.492 quilates en su mina de Karowe, en Botsuana”. Es, se ve, el diamante más grande encontrado desde el Cullinan, descubierto en 1905, que hacía 3.106 quilates y fue cortado en varias piezas, algunas de las cuales forman parte de las joyas de la corona británica. Vamos, tú.

Sorprende mucho la idea del valor. Un diamante vale mucho, porque es escaso, sí, vale. Pero si nos fijamos en la idea de valor relativo, podemos pensar que le damos una consideración porque así lo hemos convenido. Que un diamante sea valioso puede ser tan ridículo como que una gota de agua sea valiosa.

Resulta increíble que hablemos de una piedra fosilizada y que esta piedra resulte ser el más bonito joyero de la historia del mundo. ¿Por qué la piedra, convertida en diamante, será la alegría, la pieza, que nos emocionará? Es increíble y loco pensar que encontramos, a los humanos, una piedra fosilizada que será el emblema de todo un mundo. Pero es absurdo que una piedra sea convertida en icono. Es absurdo que una piedra sea convertida en locura. Es absurdo que una piedra sea convertida en piedra, pero es absurdo que una piedra sea convertida en todo lo que importa y todo lo que nos hace felices.

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