Desde el 7 de octubre, la Franja de Gaza ha sido escenario de una devastación que juristas y expertos no dudan en calificar como genocidio. Desde el principio, quedó claro que la campaña israelí no sería más que una operación de aniquilación que, bajo el pretexto de la seguridad, se cobraría la vida de miles de personas. Las últimas cifras indican que se ha superado la barrera de los 40.000 muertos, mientras que estudios científicos manejan una estimación conservadora de 186.000 muertes directas e indirectas. Sin embargo, la comunidad internacional parece haber normalizado esta tragedia, lo que pone de relieve un inquietante patrón de indiferencia hacia la muerte y el sufrimiento en regiones no europeas, especialmente cuando el agresor es un país percibido como parte del ethos europeo y, por lo tanto, civilizado, como es el caso de Israel.
El tratamiento mediático del conflicto en Gaza es un reflejo claro de esta normalización. Durante los primeros días, la cobertura fue intensa, con imágenes de destrucción y muerte que acapararon la atención del mundo. Pero a medida que la ofensiva continuó y las cifras de muertos se dispararon, la intensidad de la cobertura mediática comenzó a desvanecerse. Las muertes, que deberían haber sacudido la conciencia global, se convirtieron en meras estadísticas, reducidas a números fríos y deshumanizantes. Uno de los ejemplos más claros es el casi nulo seguimiento del debate en Israel, que ha llegado a parlamento y medios, sobre si los soldados deberían estar autorizados a violar a prisioneros palestinos, tras la publicación de un video de una cámara de seguridad que verificaba una realidad que los palestinos llevan tiempo denunciando.
Los análisis sobre la situación en Gaza a menudo pecan de otras omisiones significativas. Mientras el mundo se centra en la tragedia de Gaza, la represión e intensificación de la violencia contra los palestinos en otros lugares de la Palestina histórica pasan desapercibidas. En Cisjordania, las incursiones del ejército israelí han aumentado drásticamente, con arrestos masivos, demoliciones de hogares y un incremento de la violencia por parte de colonos. Estas acciones forman parte de una estrategia más amplia de represión que afecta a todos los palestinos, no solo a los que viven en Gaza, y refuerza la idea de un conflicto sistemático y continuo contra el pueblo palestino en su conjunto.
Este fenómeno no es nuevo. La historia nos muestra que cuando las atrocidades ocurren en el Sur Global, la reacción de la comunidad internacional tiende a ser tibia o inexistente. En el caso de Gaza, la desproporcionada respuesta militar israelí fue justificada bajo el argumento de la legítima defensa. Sin embargo, esta justificación perdió peso a medida que se enfrentaba a la cruda realidad de miles de muertos, ciudades arrasadas y un pueblo sometido a un asedio que viola todos los principios del derecho internacional humanitario. Aunque algunos países han adoptado un tono de denuncia e incluso han realizado gestos simbólicos, como el reconocimiento del Estado palestino, estas acciones no han sido acompañadas de medidas efectivas que pongan fin a la impunidad israelí.
El racismo sistémico juega un papel insidioso en la normalización del genocidio en Gaza y de la violencia multidimensional contra el pueblo palestino. Durante siglos, las narrativas coloniales han devaluado las vidas en el Sur Global, y esta mentalidad persiste en la actualidad en un contexto de colonialismo y apartheid a manos del régimen israelí. A consecuencia de años de mensajes de deshumanización, la muerte de palestinos es lamentada en términos abstractos, sin la misma intensidad emocional o indignación que se vería si estas atrocidades ocurrieran contra un pueblo no racializado. Esta disparidad en la respuesta humanitaria y política subraya una inquietante jerarquía de valor humano, donde algunas vidas importan menos que otras.
Este proceso de normalización es profundamente peligroso. Cuando la comunidad internacional se habitúa al genocidio y a la represión, no solo se permite que continúe la violencia, sino que se sientan precedentes que ponen en peligro a otros pueblos en otras partes del mundo. Al permitir que la violencia contra los palestinos fuera tratada durante años como un "conflicto crónico", se fue legitimando la idea de que la destrucción sistemática de un pueblo puede ser aceptable bajo ciertas circunstancias, abriendo la puerta al genocidio actual, pero también a otras violaciones del derecho internacional en otras partes del mundo, como ocurre en la actualidad en Sudán o la República Democrática del Congo.
La normalización del genocidio en Gaza y de la violencia en otras partes de Palestina, antes y después del 7 de octubre, representan una mancha en la conciencia global. Al aceptar pasivamente estas tragedias, la comunidad internacional no solo está fallando al pueblo palestino, sino que está erosionando los mismos valores de humanidad y dignidad que dice defender. ¿Cuándo y cómo lograremos que nuestros gobernantes rompan este ciclo de indiferencia y actúen con la urgencia que demanda una crisis de esta magnitud, antes de que el mundo se acostumbre a ver el genocidio y la violación sistemática de derechos humanos como algo no deseable pero, al fin y al cabo, normal?