José Manuel Albares, el ministro de Exteriores español, se reunió el miércoles 4 de diciembre con la maltesa Roberta Metsola, presidenta del Europarlamento, para pedirle que el catalán, junto con el vasco y el gallego, pueda hablarse con normalidad en la Cámara. La Abogacía del Estado española, por su parte, ha elaborado un informe defendiendo la iniciativa. Conseguirlo es más fácil, sobre el papel, que la oficialidad del catalán en la UE, asunto que queda atascado y choca con las reticencias de algunos estados.
Albares lo argumentó ese mismo día de la siguiente manera: "No es un asunto político en el sentido de política partidista, sino un asunto de identidad nacional española". A su juicio, que el catalán pueda emplearse en el Parlamento Europeo no debería verse como una victoria "de unos españoles sobre otros", sino como un avance a favor de "nuestra identidad nacional plurilingüe, que está en la nuestra" Constitución, que está en nuestras calles". Clancha notoria, gafas redondas de estudiante de letras o de viejo trotskista, Albares ha apoyado a Pedro Sánchez desde su primera etapa como líder del PSOE. Y Sánchez siempre le ha sido agradecido. No es la primera vez que Albares sostiene que el catalán forma parte de la identidad nacional española. De hecho, éste es su argumento central, el pilar fundamental, a la hora de defender que el catalán, con el vasco y el gallego, deben ser idiomas europeos con todos los eres y uts.
La primera vez que le oí ese tipo de argumentos me sorprendieron. Supongo que a otras personas les ocurriría lo mismo. Me pareció una forma original e intelectualmente creativa de defender el catalán, pero con un fondo inquietante. Intentaré a continuación explicar por qué.
De entrada, nadie ni nada le obliga a expresarse cómo lo hace. Albares podría limitarse a constatar que España es un país diverso y que, como ministro, tiene el deber de defender esa diversidad. O podría apuntar que el catalán es una lengua española o una lengua de España. Y que por eso debe ser incorporada por la UE. O, agarrándose a la Constitución, señalar que en España hay varias nacionalidades y que la lengua propia de una de estas nacionalidades es el catalán (el término nacionalidades significa naciones, como han reconocido los padres de la Constitución). El propio Alberto Núñez Feijóo recordó, en una visita al Círculo de Economía, en Barcelona, que el artículo 2 de la Constitución habla de "nacionalidades y regiones". Pero Albares lo impugna todo e insiste en que la identidad nacional española incluye el catalán, es decir, que el catalán es identidad nacional española. España es Catalunya. Esto no es ceñirse a la Constitución, esto es, me parece evidente, otra cosa.
Albares afirma la lengua (y con la lengua debemos suponer que también la cultura catalana, etc.) y al mismo tiempo niega la nación. España tiene distintas lenguas, pero es una sola nación. De hecho, la posición de Albares dibuja una especie de trade-off o solución intermedia. Así, por un lado, a los catalanistas (a los catalanistas que consideran que Cataluña es una nación, se entiende) les ofrece la asunción como lengua propia y, en consecuencia, la defensa del catalán por parte de España a cambio de la renuncia –o elisión, o disolución– de la nación. Por otro lado, a los espanyolistas (a los españolistas que niegan el carácter nacional de Cataluña, se entiende) les propone que asuman la catalanidad (la lengua, la cultura, etcétera) a cambio de borrar la plurinacionalidad y, por tanto, a cambio de una España nación única, incuestionable, a ahorro, por tanto, de cualquier invocación del derecho a la autodeterminación por parte catalana.
Naturalmente, lo que plantea Albares, nacido en Madrid en 1972, tiene un recorrido político escaso, dado que ni catalanistas ni españolistas, creo, están dispuestos a aceptar los sacrificios que supone un pacto como el que plantea el ministro (unos deberían renunciar a la nación; los demás se verían forzados a acoger y celebrar la diversidad como propia, consustancial, de la españolidad). Sin embargo, la propuesta tiene dos virtudes. Una favorece al propio Albares, pero la otra presenta un alcance general. La primera es que permite al gobierno socialista interpelar incisivamente al PP, descolocandolo dialécticamente, para que se sume al esfuerzo a favor del catalán. La segunda virtud de la fórmula es que resulta conceptualmente atrevida e incluso provocadora, y, por tanto, intelectualmente estimulante, lo que, hoy en día, hablando de políticos, no sólo es infrecuente, sino completamente excepcional.