Francia: mejor corregir que insistir
El Parlamento francés está dividido en tres bloques similares en tamaño. La izquierda: el Nuevo Frente Popular, 180 escaños. La derecha: el Reagrupament Nacional, 142; los Republicanos, 39; otros partidos a la derecha, 27; total, 208. El centro: Ensemble, 159; otros, 30; total 189. Esto nunca había ocurrido en la V República, que fue construida sobre una estructura política bipartidista. Y Macron debe ser presidente de todo el estado, no líder de una corriente política. Éste es su error y no sabe salirse.
La derecha está dominada por la extrema derecha: desprecio del inmigrante, crítica de la UE, regreso a los principios de la Francia de valores tradicionales, mirada atrás e impulso del chovinismo, de creerse mejores que nadie y de ser el centro del mundo, como con Luis XIV y Napoleón, y el centro de Europa.
Ante la dificultad de colaborar con una derecha dominada por la extrema derecha, Macron tenía sólo una alternativa: una coalición del centro y los grupos menos radicales del Nuevo Frente Popular, los socialistas, y ceder al primer ministro a la izquierda. Pero optó por focalizarse en su partido y sus fieles. La consecuencia: cinco primeros ministros después de las últimas elecciones legislativas –Attal, Barnier, Bayrou, Lecornu y de nuevo Lecornu– con una debilidad parlamentaria evidente, que han llevado a perder respectivas mociones de confianza ya duraciones medias de los gobiernos de 130 días. Ninguno tiene la fuerza parlamentaria para emprender las reformas que el país necesita. Ahora parece que Lecornu retira el plan de reforma de las pensiones, una cesión a la izquierda que confirma que la solución está en el acuerdo entre izquierda y centro.
La crisis de 1958, que terminó con la Cuarta República, tenía origen en la política exterior. En 1954 se había perdido Indochina, en 1956 se había perdido a Suez junto con Reino Unido. La revuelta en Argelia era seria, podía perderse un territorio considerado parte de la Francia metropolitana. Ésta era la razón por la que había que reestructurar el estado, ganar fuerza militar y presencia política en el mundo. De Gaulle lo había hecho en 1940, era el hombre idóneo para volver a hacerlo. Llegó al poder después de una reforma constitucional presidencialista, con mandato de siete años para el presidente y las políticas exterior y de defensa dirigidas por él. Había prometido mantener a Argelia francesa, pero tuvo que renunciar a ella: se rompía el estado con peligro de guerra civil. Pero si en esto fracasó, en cambio logró convertir a Francia en una potencia nuclear de primer nivel a través de la force de frappe, basada en la aviación, los misiles intercontinentales y los submarinos estratégicos, todos ellos de diseño, fabricación y gestión propia y autónoma. Sólo EEUU, China y Rusia tienen ese poder.
La crisis actual es de gobierno, interna, ligada a la economía ya la equidad. Es necesaria una cohesión social que no estaba presente ni en la crisis de la Cuarta República ni, diez años después, en Mayo del 68, un fuego de virutas, una revolución que acabó con unas elecciones legislativas ganadas cómodamente por el centroderecha.
Los datos económicos y de igualdad social, índice Gini, son malos y no mejoran. El PIB crece un 1,1%. El déficit público es del 5,8% del PIB cuando la UE autoriza hasta un 3%. 650.000 ciudadanos han entrado en la categoría de pobres en 2023. El 20% más rico gana 4,5 veces más que el 20% más pobre. El 70% de los franceses piensa que ha perdido nivel de vida con las reformas de 2017 y entre la clase media esta opinión alcanza el 85%. El índice de aceptación de Macron es del 14%. Por arrogancia, una clase política que no ha entendido el cambio de paradigma menospreció el aviso que representaban los chalecos amarillos.
La economía francesa está muy controlada por el sector público. En 2020 el gasto público alcanzó el 60% del PIB. Es necesaria una reforma profunda para reprivatizar la economía. El esquema de una empresa pública grande y una clase dirigente, de élite, proveniente de las grandes écoles, encaja poco con la economía del siglo XXI, en la que la movilidad entre sectores es grande y la evolución hacia la digitalización y los servicios parece no tener límite.
Es ésta la reforma que precisa el estado francés, pero llevarla a cabo es difícil por la fuerza de los sindicatos y la conciencia de los ciudadanos de sus derechos. La clase política actual carece de fortaleza, liderazgo y visión sobre lo que debe ser el futuro. La ciudadanía puede aceptar un sacrificio si ve un futuro mejor, pero no parece que nadie tenga hoy la credibilidad necesaria para arrastrarla. De De Gaulle encuentra uno cada siglo.
Existe una crítica extendida que dice que la posición de Francia es en parte un bluf: apariencia de solidez y realidad de debilidad. Existe una excepción histórica, la guerra 1914-1918. Pero si la crítica es cierta, la actual crisis del estado francés podría tener relación con la de la Tercera República, que termina en el cataclismo de la derrota de 1940. Y podría hacerle perder ahora la posición de gran potencia en Europa. No es seguro, pero la dirección es esa.