France's left-wing LFI líder Melenchon reacts after results of legislative elections
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Lo esencial ocurre ante lo importante (y, sin embargo, lo importante no puede quedar desatendido). En Francia, el Nuevo Frente Popular ha hecho posible lo esencial, que era evitar volver a tener una Francia subyugada por el fascismo. Lo importante, ahora que esto se ha logrado, es formar un gobierno con una suma de fuerzas difícil de alinear. El líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, no deja de ser un viejo comunista, con un discurso a veces agresivo, presentado por algunos como uno lambertista (por Pierre Boussel, alias Lambert), formulación de un trotskismo sectario pero influyente dentro de una parte importante de las izquierdas francesas. El presidente de la República, Macron, es otro demagogo, con unos principios ideológicos basados ​​en un elitismo que le incapacita para el diálogo social. Él ha demostrado el fracaso de la idea de que la derecha liberal puede contener a la ultraderecha asumiendo parte de sus postulados. Por el contrario, de esta forma no hace más que fortalecerla.

Al final, para detener la ultraderecha francesa han tenido que unirse Mélenchon y Macron, o los que es lo mismo: el Nuevo Frente Popular (que contiene los verdes, los comunistas y los socialistas) y la coalición Ensemble (formada por siete partidos liberales y de centroderecha) en una melangen ciertamente llamativa. Lo permite lo fundamental que mencionábamos antes: la defensa de los valores republicanos, como celebraba, emocionado, el pensador Sami Naïr en declaraciones a Catalunya Ràdio, aún a la espera del recuento definitivo pero con la victoria del Nuevo Frente Popular (y la derrota del Reagrupamiento Nacional de Le Pen) ya claras. Nair lo decía claro: las negociaciones serán duras, la alianza será débil, pero el enorme peligro del neofascismo ha sido detenido. En Francia, se puede contar con que la derecha y la izquierda serán capaces de despegar por encima sus diferencias en beneficio del bien común. La comparación con España es inevitable y triste: no se puede contar con la derecha supuestamente moderada para detener la extrema derecha. Por el contrario, es la socia y principal impulsora. Sentir a Feijóo felicitando a los franceses por “apartar la extrema derecha del poder” es un sarcasmo objetivamente desagradable.

Hace unos días, en Reino Unido también se produjo una alternancia de poder necesaria, después de catorce años de hegemonía tory. Los laboristas obtuvieron una victoria amplísima, casi desproporcionada, que, como en Francia, no evita que "el enorme peligro" no siga bien vivo. De hecho, el Brexit no fue más que el resultado de una gran campaña populista, que ahora tiene consecuencias nefastas para la economía y la sociedad británicas, y también, por supuesto, para la Unión Europea: uno lose-lose en toda regla, causado por malas políticas realizadas a partir de la agitación de los bajos instintos. Miedo, xenofobia, cierre de fronteras. Las noticias de Francia y Reino Unido han sido buenas (para estos dos países, y también para Europa), pero contienen mil incertidumbres. Y no desvanecen, en absoluto, una amenaza neofascista contra la que hay que encontrar respuestas más efectivas que las que hemos sido capaces de dar hasta ahora.

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