'Fulgura frango'

La sombra del campanario de la Catedral de Gerona sobre el campanario de Sant Feliu.
17/11/2025
Escritora
2 min

Vivos voco, mortuos plango, fiesta decoro, fulgura frango. Llamo a los vivos, lamento a los muertos, celebro las fiestas, deshago los rayos.

Leo el libro Pared maestra, del gran historiador badalonés Joan Rosàs, y me encuentro perlas como esta sentencia latina, una de las que solían llevar inscritas las campanas de nuestros pueblos tiempo atrás.

Esto demuestra, como señala el propio autor, que las campanas no fueron hechas para hacer vibrar el espacio, sino para tintinear una comunidad humana –una red social más sencilla y, por supuesto, mucho más sana e ingenua–. ¿Y cuáles son los motivos que hacen "vibrar" a una comunidad? Una causa que llame a la movilización, el dolor compartido por la pérdida, la celebración de la vida y, por último, la búsqueda de protección contra la crueldad de la naturaleza.

Ahora mismo, cuando conmemoramos estremecidos el primer aniversario de la tragedia valenciana, constatamos la vigencia de los toques de campana: las movilizaciones multitudinarias y tozudas que finalmente han logrado derribar a Mazón; el consuelo que encuentran las víctimas y los familiares de las víctimas en el hecho de compartir su dolor –un consuelo que los representantes políticos de la derecha son incapaces de ofrecer, aunque sea en forma de un aplauso a sus intervenciones–, y sobre todo debería hacernos pensar este fulgura frango –"deshago los rayos"–, el toque de campanas para alertar a la población que debía protegerse de las inclemencias del tiempo. La alerta de que no sonó a tiempo en los móviles de los valencianos.

Joan Rosàs está convencido de que el sistema solariega se ha convertido en obsoleto y que no tendría ningún sentido resucitarlo. "El mundo es distinto", dice. "Seguramente no es peor. Pero no creyéramos tampoco que es mucho mejor. De todo eso hay algo que sigue siendo válido: ejercer la función social que te corresponde en cada momento". Y remacha: "Sólo así puede seguir caminando la humanidad".

Pared maestra. Recreación en la cocina vieja, publicado por L'Avenç, quiere preservar, a través de la ficción, todos los conocimientos de un erudito como Joan Rosàs. Él mismo lo explica así, al final del libro, reconociendo que su familia no paraba de insistirle: "Escríbelo". Como "paga" por su inmensa generosidad sólo pide a los lectores un favor: "Nunca deje que el fuego se apague". Al leer su ruego siento un terrible desasosiego porque no me parece que seamos suficientemente cuidadosos en la preservación de nuestra memoria.

Rosàs, pedagogo y medievalista, ha realizado un trabajo de investigación histórica tenaz y profundo, especialmente sobre las masías patrimoniales del país. El libro que ha escrito era absolutamente imprescindible para asegurar que sus conocimientos no acabaran perdiéndose.

Las reformas en una casa solariega son la excusa y el punto de partida para seguir la historia de una casa, de una familia y, por tanto, de una comunidad humana, la nuestra.

Leyendo Pared maestra en estos tiempos de tormentas monstruosas, me arrepiento de haberme reído tantas veces de mi pobre abuela Carmen, que, cuando empezaba a oír truenos, se sentaba encogida y empezaba a recitar en voz baja "San Marcos, santa Cruz, santa Bárbara, no nos deje".

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