Ganadores y perdedores de la inflación

La inflación "fractura sociedades y rompe solidaridades".
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Todas las noticias económicas del miércoles se han focalizado en el IPC (índice de precios al consumo) avanzado de marzo, con un 9,8% de crecimiento interanual y un 3,0% de crecimiento intermensual. Dos pésimas noticias que obligan a reflexionar sobre lo que puede ocurrir. Si hay una incertidumbre económica importante, porque afecta a todos y porque es de mucho impacto, es la inflación. Como ha dicho este diario, es la fecha más alta interanual desde noviembre de 1984 y la más alta intermensual desde julio de 1977. ¡Poca broma! Los años setenta y ochenta fueron de inflaciones altas, y durante los años más complicados fueron crecientes –¡se aceleraban!–. Hemos vuelto, de repente, a esos momentos.

Ha vuelto a esos tiempos más la economía española que la de otros países del área euro. Depende del punto de partida (la recuperación española ha sido menor y más lenta de lo esperado), del nivel de fiscalidad sobre los productos energéticos (más bajo en España) y, en el caso eléctrico, del tipo de tarifas dominante (más expuesta al impacto de las subastas diarias de electricidad) y de la productividad global (más baja en España que en la zona euro). Esto hace pensar que el impacto todavía podría ser transitorio, pero no nos engañemos, son cifras históricamente altas. Quizá la guerra de Ucrania terminará rápidamente y el comercio mundial de productos energéticos se normalizará, pero es una hipótesis muy optimista, como pensar que la demanda europea de gas y petróleo rusos se pueda reducir drásticamente en poco tiempo. Es una inflación que ha venido para quedarse una temporada. Solo podrá considerarse parcialmente transitoria si la inflación subyacente (sin energía ni alimentación) baja al 2%, o menos. Cuesta creer que esto ocurra rápidamente.

¿Quién sale ganando en un episodio inflacionario? Indiscutiblemente, aquellos que venden el producto o servicio que se encarece respecto a los demás, en este caso gas y petróleo y, por extensión (y como efecto de las subastas eléctricas), los productores de bienes sustitutivos (otras fuentes de energía). No podemos corregir el coste de la energía importada. Sí podemos fiscalizar mejor los “beneficios caídos del cielo”.

Se empobrecen todos los consumidores de este tipo de productos. Lo esencial de este balance es imposible de corregir a corto plazo. Quien antes lo haga, antes se librará del peaje de la energía cara y de dependencias peligrosas. Quien no lo haga perderá productividad y competitividad. En las crisis del petróleo de los años 1973-1974 y 1979-1981, los precios terminaron bajando. Desde el máximo de 1981 descendieron durante cinco años, hasta 1986. Fueron cruciales el invierno templado de 1986, que hundió la demanda de petróleo, y la progresiva reducción del consumo de petróleo por unidad de PIB por parte de las economías más industrializadas. El primer factor fue aleatorio. El segundo fue de efecto más lento, pero más permanente.

En términos actuales, el golpe de suerte puede ser el fin de la guerra o que el próximo invierno sea más templado. Por el contrario, el efecto de reducción del consumo toma tiempo. Entonces fueron más de diez años. No podemos permitirnos esperar tanto. Debemos invertir en actividades que consuman menos energía y aumentar la capacidad productiva de energías renovables, que nos liberen de la excesiva dependencia exterior y que nos ayuden a transitar a una economía con menos emisiones de CO2.

En las épocas inflacionarias salen ganando todos los que están endeudados, dado que la inflación les rebaja el valor real de su endeudamiento. También ganan quienes producen bienes y servicios que pueden subir sus precios. Pierden, en cambio, quienes tienen ingresos fijados en términos nominales (monetarios), como suelen ser rentistas y jubilados. Podría ser que se convirtiera en un país que no produce bienes ni servicios que se puedan vender más caros y que fuéramos una sociedad mayoritariamente de rentistas y jubilados. Ambos fenómenos pueden ser ciertos. Hemos visto que el turismo es muy miedoso. Quiere máxima seguridad. Si no se ofrece, pierde su atractivo. El dinero, en general, quiere seguridad y la expectativa de inflación le asusta. Aquí será importante que ocurra con el euro. Si se aprecia, los rentistas y jubilados gozarán de la ventaja de una divisa fuerte. Pero si se deprecia pasará exactamente al revés: sufrirán la desventaja de una débil divisa.

No siendo un país productor de gas ni de petróleo y no siendo un país que quiera producir energías renovables –por el impacto sobre nuestros paisajes–, podemos encontrarnos en el peor de los mundos posible: máxima vulnerabilidad y máximo impacto negativo. Doblemente perdedores. Y esto sin hablar del impacto socialmente disolvente de la inflación, que fractura sociedades y rompe solidaridades. Pensemos en ello.

Albert Carreras es director de ESCI-UPF
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