Hoy hablamos de
Gisèle Pelicot uno de los días de juicio.
22/12/2024
Psicòloga especialista en victimologia
3 min
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En nuestra historia colectiva hay personas a las que hay que dar las gracias porque hacen del mundo un lugar mejor. Desafortunadamente, en el ámbito de las violencias machistas o sexuales, estos agradecimientos se los tenemos que dar a mujeres que han vivido experiencias terribles de violencia pero, paradójicamente, han conseguido que las sociedades avancen. Son mujeres cuyo dolor es escuchado colectivamente: así se convierten en altavoz y motor de cambio. Sus voces, sus testimonios, sus vivencias actúan como elemento de concienciación social y arrinconan el relato patriarcal, haciendo avanzar los derechos de las mujeres y la sociedad en su conjunto.

Son ejemplo de ello Ana Orantes (asesinada por su marido tras contar en televisión los malos tratos y abusos a los que había sido sometida durante 40 años), la víctima de la violación múltiple de la Manada o la víctima de la agresión sexual de Dani Alves. También Gisèle Pelicot, protagonista absoluta de la semana ahora que se ha dictado sentencia sobre su caso. Las historias de estas mujeres nos han sorprendido y de sus experiencias hemos destilado aprendizajes valiosísimos que han sido profundamente transformadores. Son el rostro, la voz, de todas las mujeres que han sufrido situaciones de violencia machista: ponen nombre a la cosa, la hacen evidente (en sus declaraciones Gisèle Pelicot siempre ha mencionado a las víctimas no reconocidas como uno de los motivos que la han ayudado a seguir adelante).

Hablemos, pues, de las lecciones que nos deja el caso Pelicot.

1. La historia de Gisèle nos ha recordado la importancia de romper estereotipos en relación con quiénes son las supervivientes de violación, pero también en relación con quiénes son los agresores. De repente lo que se explica es el caso de una mujer de 72 años (no una mujer joven) violada durante más de una década por su exmarido, Dominique Pélicot (condenado a 20 años por un sistema judicial que todavía no tiene ni incorporada la sumisión química ni el consentimiento en su norma), que a la vez la ofrecía a otros hombres para que la violaran de noche, mientras dormía, a veces inconsciente por culpa de las drogas que le suministraba su entonces marido. Muchos de los agresores –lo hemos sabido durante el juicio– eran hombres normales,totalmente funcionales, que vivían vidas normales y que no despertaban sospecha alguna. Por tanto, los violadores no son monstruos.

2. Este caso nos ha dicho muchas cosas sobre la complicidad y el silencio que impera entre muchos hombres en lo que respecta a las violencias sexuales. A algunos hombres a los que se les ofreció la posibilidad de violar a Gisèle no accedieron a ello, pero tampoco actuaron ante esa barbaridad. Es un ejemplo de la deshumanización extrema hacia las mujeres: ¿No se plantearon que podían hacer algo para evitar la violencia contra Gisèle? ¿No empatizaron en absoluto con el dolor que esto le podía causar?

3. Estos meses también hemos hablado mucho de consentimiento por el protagonismo de la sumisión química en estas violaciones. Detrás de estos métodos para agredir sexualmente a las mujeres está la idea de convertir a la otra en algo inerte para poder hacer con ella lo que se quiera. La mujer se convierte en un objeto sexual sin derecho alguno: tan solo se le permite seguir respirando. Y de nuevo, la ausencia de consentimiento en el centro, el consentimiento trinchado por la cultura de la violación que nos dice que es aceptable (y de hecho más efectivo para satisfacer el disfrute masculino) no tener en cuenta el deseo de la otra: tú eres un sujeto sexual y las mujeres, objetos sexuales.

4. Y la última gran lección de Gisèle: cómo ha combatido la terrible vergüenza social que se impone a las víctimas de violencias sexuales. Esta mujer francesa se ha convertido en el rostro de la dignidad por el hecho de levantarse después de haber sufrido unas de las heridas más extremas que puedes sufrir como ser humano. Ha tenido la capacidad de mirar cara a cara a los agresores, pero también a un sistema que históricamente ha estigmatizado y maltratado a las mujeres víctimas de violencia machista. Gisèle Pelicot, desde el ejemplo, superviviente de la barbarie y consciente de estar construyendo futuro desde un presente tan doloroso, ha logrado que la balanza se decantara y que los agresores fueran los que bajaran la mirada, escondidos, ahora sí, tras la vergüenza. Gisèle Pelicot ha mostrado al mundo su deseo de sobrevivir, de vivir, en pro de sí misma y de su familia, pero también de todas nosotros.

A ella y a tantas otras mujeres, muchas de ellas anónimas, nunca os podremos agradecer lo suficiente todo lo que habéis hecho.

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