Presión. El proceso de vacunación se lentifica en Europa y la estrategia de inmunización que había trazado la UE empieza a tambalear en plena mutación del virus. Los problemas de producción de la planta de BioNTech/Pfizer en Puurs, en Bélgica, o ahora el retraso en la distribución de la vacuna de AstraZeneca han empezado a provocar nerviosismo en algunas capitales europeas. El presidente del Consejo, Charles Michel, aseguraba ayer, en una entrevista radiofónica, que no descartan emprender medidas legales. En la misma línea se había pronunciado ya el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, que acusó a AstraZeneca de “grave violación contractual”.
La política de la pandemia se enrarece, una vez más. ¿Quién tiene acceso y quién no a la vacuna? ¿Quién se vacuna primero? El confinamiento se endurece y se alarga en toda la Unión Europea, mientras se intuye que la presión política y social será crítica en los seis meses próximos. No nos podemos quitar de encima esta sensación de fragilidad.
Competición. La geopolítica de la vacuna es horizontal y vertical. Tiene forma de confrontación entre potencias, y de captación de influencias entre los países dependientes. La vacuna no solo es una garantía de protección. También es un instrumento para construir imágenes, para reafirmarse como potencias y para comercializar con la solidaridad. Nada es inocuo: Hungría apuesta por la vacuna rusa; el presidente argentino, Alberto Fernández, se ha puesto la vacuna rusa incluso antes que Vladímir Putin; Egipto empezó a vacunar ayer a todo el personal médico que trata el covid-19 con la vacuna china de Sinopharm, la misma que se pondrá en Indonesia o en Perú, que ya han negociado con China para tener acceso a ella.
La carrera global por la vacuna se acelera: en busca de las dosis que protegerán a la población, pero también con el despliegue de estrategias geopolíticas de influencia.
Desigualdad. La diplomacia de la vacuna se ha puesto en marcha, con cierto olor a especulación y abuso de las desigualdades. Los países más desarrollados del mundo, que representan un 16% de la población mundial, han adquirido el 60% de las vacunas disponibles. 60 millones de dosis ya se han distribuido en todo el mundo, pero, según la Organización Mundial de la Salud, en el continente africano solo se han puesto 25. Veinticinco. Canadá ha comprado tantas dosis que podría vacunar a su población hasta cinco veces. A la hora de la verdad, la carrera por la vacuna se ha traducido en una competición de los unos contra los otros para inmunizarse ante una amenaza que es global.
La iniciativa Covax –una alianza de organizaciones internacionales, gobiernos e industria para facilitar el acceso a las vacunas también para aquellos países con menos ingresos– ha sido víctima de este espectáculo de proteccionismo desigual. El objetivo de esta alianza de garantizar que todos los países, sea cuál sea su nivel de riqueza, podrán proteger a hasta el 20% de su población también durante el 2021, parece, hoy por hoy, una ficción. Hay una gran parte del planeta a la espera de los excedentes de este otro mundo rico y asustado. Pero no se trata únicamente de garantizar un tanto por ciento de las dosis. Muchos de estos países tienen problemas para garantizar su distribución. Fallan las infraestructuras y, por eso, haría falta una implicación mucho más directa para garantizar un acceso equitativo.
La pandemia no desaparecerá hasta que la vacuna sea global. Equitativamente global.