Un Govern que tendrá que demostrar su solidez

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Pere Aragonés y Jordi Sànchez a la rueda de prensa

No hay duda de que, ante el perjuicio que habría supuesto la repetición de las elecciones, el acuerdo anunciado este lunes entre ERC y Junts para formar un gobierno de coalición es una buena noticia. Ahora bien, ninguno de los dos partidos puede estar contento del camino que se ha seguido hasta las reuniones decisivas de este fin de semana, y, de hecho, los dos han pedido disculpas a la ciudadanía. Y es que a estas alturas de las negociaciones, y viendo la incapacidad de los dos socios para llegar a un acuerdo, mucha gente había desconectado de la política y la desafección es creciente. Unas nuevas elecciones habrían sido una moneda al aire de resultado muy incierto.

Por eso, pese a las palabras del futuro presidente Pere Aragonès asegurando que el nuevo Govern será "fuerte" y "cohesionado", hay motivos para desconfiar de este pacto agónico. La razón principal es, tal como han ido las negociaciones, la sensación de que la distancia entre los dos partidos se ha hecho todavía mayor. Y, de hecho, Aragonès aseguró el día 8 que ERC apostaba por formar un gobierno en solitario y renunciaba a seguir negociando con Junts. Ante el abismo electoral, sin embargo, los dos han cedido para facilitar el acuerdo. Así, ERC ha renunciado al gobierno en solitario (que requería también los votos de Junts), mientras que los de Puigdemont han aceptado dejar para más adelante la negociación de la estrategia independentista y su encaje en el Consell per la República.

A cambio, Aragonès presidirá un gobierno de coalición con las consejerías repartidas al 50% (siete para cada partido), en el que Junts se ha reservado los departamentos clave para dirigir tanto el final de la gestión de la pandemia (Salud) como la salida de la crisis (Economía, con los fondos europeos, y Derechos Sociales). Por su parte, ERC asume por primera vez una conselleria tan compleja como Interior, retiene Educación y gestionará Empresa y las competencias sobre sostenibilidad en un nuevo macrodepartamento que se llamará de Acción Climática, Agricultura y Alimentación.

Este nuevo Govern tendrá que demostrar su solidez desde el primer día y probar que es diferente al que presidió Quim Torra, que estuvo caracterizado por la carencia de iniciativa y las constantes luchas internas entre los dos partidos. En este sentido, la clave del éxito será el buen funcionamiento del tándem Aragonés-Artadi como presidente y vicepresidenta. Aquí sí que hay motivos para el optimismo, puesto que son dos personas que se conocen y que conocen la administración, que han trabajado juntas y que comparten el valor del buen gobierno. Sobre ellas dos tiene que recaer el peso principal de los grandes retos del Govern y sus deberes inmediatos, empezando por el final de la crisis sanitaria y el pilotaje de la reconstrucción económica del país en el nuevo paradigma postpandémico.

Si los dos son capaces de blindar el ejecutivo de influencias externas y de hacerlo trabajar a pleno rendimiento, este Govern tendrá futuro. Y si, además, los partidos independentistas son capaces de consensuar una estrategia política realista y de trenzar grandes consensos de país con las fuerzas de la oposición (básicamente los comunes y el PSC), la agonía de las negociaciones habrá valido la pena.

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