Guerra comercial y disfunción financiera global
La Unión Europea se adentra algo más en la era de la inseguridad económica. El comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, negociador jefe de la UE con Estados Unidos, afirmaba este lunes que la amenaza del 30% de aranceles sobre los productos europeos eliminaría el comercio transatlántico. Aunque Bruselas asegura que todavía confía en un acuerdo antes de la nueva fecha límite del 1 de agosto, termina también un segundo paquete de represalias comerciales por si las negociaciones fracasan de nuevo. La incertidumbre de una posible guerra comercial empieza a hacerse sentir ya. El crecimiento global podría quedarse este año al nivel más bajo desde la crisis financiera de 2008. El Banco Mundial ha revisado a la baja sus previsiones y el goteo de anuncios de incremento de aranceles aduaneros que llegan de Washington aumentan las incertidumbres sobre un sistema económico ya bastante frágil. Las importaciones de Estados Unidos también empiezan a notar una cierta ralentización.
El orden económico mundial está en plena transformación. Pero el resultado final de las disputas arancelarias aceleradas desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca será determinante en la reconfiguración del sistema comercial internacional. El desafío estadounidense a un sistema multilateral, con sus instituciones y reglas, que se diseñó a medida de Estados Unidos, comporta unos costes globales: en términos de hegemonía (con una China que rivaliza con EE.UU. como potencia dominante); costes sobre los bienes públicos, y en las infraestructuras de la globalización (sea en la estabilidad financiera o en la seguridad de las rutas del comercio marítimo).
Pero, mucho antes de Trump, el sistema ya había entrado en crisis. Unas estructuras creadas por países occidentales después de la Segunda Guerra Mundial y antes de los procesos de descolonización del siglo XX han acabado convertidas en un corsé incapaz de adaptarse a la realidad internacional del presente. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, aseguraba ya en 2022 que "el mundo está paralizado por una colosal disfunción global" y que es necesario un nuevo Bretton Woods donde los países acuerden una nueva arquitectura financiera internacional que refleje las realidades económicas y las relaciones de poder actuales. La arquitectura financiera global ha quedado "obsoleta, disfuncional e injusta, incapaz de adaptarse a la multipolaridad del siglo XXI", reconocía Guterres. Y todo esto ocurre con Estados Unidos globalmente más débiles y una China que ejerce de poder hegemónico global y favorece su propia institucionalización alternativa.
La confrontación entre Pekín y Washington está en el corazón de la guerra comercial. La tendencia, compartida por demócratas y republicanos y ahora acelerada por Trump, de desacoplamiento entre las dos grandes potencias globales acentúa el riesgo de subir el volumen de la disrupción global. El impacto geopolítico de los aranceles ya se siente en el continente asiático. Japón, Corea del Sur y Vietnam –países que notan el aliento de la asertividad regional de China– se ven ahora penalizados en sus relaciones comerciales con Estados Unidos.
El Sur Global, por su parte, no tiene ningún interés en verse atrapado en una guerra bilateral entre Estados Unidos y China. Y la UE se ha quedado sin su tradicional aliado. Europa sólo puede sobrevivir en un marco multilateral de reglas que funcionen, pero el peso de la desconfianza entre grandes potencias se ha convertido en un factor clave de las relaciones geoeconómicas globales.
La sensación de incertidumbre –pendiente de la volatilidad que emana del Despacho Oval– lo impregna todo. EEUU sigue siendo la mayor economía del mundo, que representa el 26% del PIB mundial en valor de mercado. Pero según cálculos publicados por Creon Butler, experto del Chatham House, aproximadamente el 80% del comercio mundial ya no toca directamente a EEUU y la mayor parte sigue llevándose a cabo bajo las normas de la Organización Mundial del Comercio. Asistimos a un cambio de dominios en el comercio y la inversión globales; a una transformación en las interdependencias entre países. Pese a todas estas incertidumbres y la disfuncionalidad del sistema, la globalización no se ha detenido sino que se reconfigura. Los flujos comerciales directos entre Estados Unidos y China y entre la Unión Europea y Rusia se han reducido y, en cambio, crecen las inversiones en el Sur Global. Existe una diversificación de alianzas. Las cadenas de suministro se acortan y reorientan hacia socios comerciales geopolíticamente más cercanos. El mundo busca alternativas fiables a la incertidumbre.