Una noche de octubre de 1938, cuando Orson Welles tenía 23 años y dirigía un programa de radio en la CBS, adaptó la novela de HG Wells La guerra de los mundos (1898). La falsa retransmisión en directo simulando que los marcianos estaban invadiendo Nueva Jersey marcó época. La narración, que comenzaba con la interrupción de un programa musical por unos supuestos boletines de última hora, seguía a un científico anónimo que intentaba sobrevivir y comprender el alcance de la catástrofe hasta la muerte de los marcianos a causa de unos microbios terrestres. El argumento de ciencia ficción era tan poco sofisticado que los marcianos llegaban a la tierra en grandes cilindros metálicos y utilizaban armamento como rayos de calor y gas negro para destruir ciudades y ejércitos. Pero la alarma fue creíble y durante horas la retransmisión causó incertidumbre y pánico.
Tras el experimento comunicativo vino la Segunda Guerra Mundial, el arma atómica y tantas otras salvajadas del siglo XX en las que la radio y los medios de comunicación –la televisión se popularizó en 1939– jugaron un papel clave en la interpretación del poder, la guerra, la supervivencia y la manipulación de las masas.
El mundo hoy es otro, mucho más complejo, mucho más conectado en las comunicaciones y en la economía, extraordinariamente acelerado, y los ciudadanos están masivamente impactados por la información y también por la propaganda y el espectáculo. Sometidos a los impactos permanentes para captar su atención, los mensajes tienen que ser cada vez de un calibre superior, como si fuéramos drogadictos. Dosis cada vez más altas para merecer nuestra atención.
En este panorama, Donald Trump ejerce la presidencia de la misma manera que hacía televisión basura. Los encuentros diplomáticos en el Despacho Oval se convierten en un aquelarre de manipulación televisada, en un espectáculo que termina con las artes de las relaciones diplomáticas. ¿O cree que los líderes de los países serios se expondrán al escarnio y la provocación pública en trampas puestas por sus palmeros?
Trump ha convertido su segundo mandato en un negocio desvergonzado en el que se privilegian las relaciones comerciales de su familia con las dictaduras del Golfo Pérsico y se ejecuta una política económica y comercial que pone en riesgo el dólar, la inflación y los servicios públicos a la vez que favorece bajadas de impuestos a los más ricos y da oxígeno al mercado de las criptomonedas.
Trump ha declarado también una guerra cultural contra un mundo que, en su imaginario, representa tanto la cultura norteamericana liberal como Europa.
En medio de ese ruido continuo que acompaña a la administración norteamericana, la gran amenaza es la evasión y la indiferencia de muchos y aquellos que por cobardía o seguidismo hacen de altavoces de una extrema derecha resentida que utiliza el poder para enriquecerse mientras figura que habla a los trabajadores de los privilegios de los intelectuales. Unos políticos que hablan de valores familiares mientras pagan el silencio de prostitutas, hablan de industria mientras se enriquecen con la especulación y dicen representar la voluntad popular mientras animan el asalto del Capitolio y se niegan a reconocer los resultados electorales. Un político de origen extranjero que quiere cerrar fronteras.
Trump ha declarado una guerra cultural disparando contra la ciencia y los intelectuales, y centrándose en una de las mejores y más prestigiosas universidades del mundo, que no se ha plegado a sus condiciones. Hoy la invasión no es de marcianos, pero sí que es una guerra entre dos mundos: John Harvard vs. Donald Trump. Un mundo donde el conocimiento y el progreso y el método científicos son centrales y otro donde lo es el dinero, unos Estados Unidos abiertos al talento internacional o unos Estados Unidos replegados sobre sí mismos.
En medio de este panorama está más a prueba que nunca la fortaleza de las instituciones estadounidenses y, de momento, es la justicia quien está deteniendo algunos de los excesos de una administración desbocada.
En la guerra de Trump, Europa no podrá evitar el choque. El Viejo Continente representa todo lo que Trump desprecia, e intentará desestabilizarlo con sus aliados internos. Europa es cooperación entre países, instituciones basadas en la diplomacia y el pacto, una historia y una cultura ancestrales, también impuestos altos y un estado del bienestar que intenta proteger a los más desfavorecidos sin culpabilizarlos de su pobreza. Trump ha demostrado que negocia amenazando como un mafioso de casino de Las Vegas. Veremos si Europa es capaz de negociar unida y hacer frente al impacto de la guerra provocada en los mercados por las marcianadas de Trump.