En febrero del pasado año, al inicio de la invasión rusa en Ucrania, Telecinco comenzó unas retransmisiones esperpénticas de la guerra. Su enviada especial era una joven reportera, Sol Macaluso, que se pasaba las conexiones en directo llorando atemorizada. Más que informar sobre la guerra relataba su fuga de Ucrania. No era periodismo, sino un espectáculo dramático en primera persona. Ni que decir tiene que este planteamiento entusiasmó a Mediaset e hicieron conexiones siempre en magazines e informativos. Macaluso iba contando las vicisitudes del equipo de televisión que la acompañaba, la gente que los acogía en su casa y el recorrido que les quedaba por hacer hasta la frontera. Era el relato de su peripecia. Telecinco escogió una enviada especial que, cuando estuvo en el lugar de los hechos, ya quería huir por patas. En la odisea del regreso a casa, de varios días, hablaba con angustia, enviaba mensajes en directo a su madre llorando y gritaba con el sonido lejano de las bombas. Ella era la protagonista y la guerra, secundaria. La tragedia narrativa llegó a su clímax cuando explicó que el cámara ucraniano que la acompañaba le había pedido que se llevara a su hija adolescente a España y se hiciera cargo de ella mientras durara la guerra.
Un año y medio después, concretamente 567 días más tarde, justamente este jueves por la noche, también en Telecinco, Sol Macaluso reaparecía en pantalla como concursante de Gran Hermano Vip. Ironías de la televisión: una presunta periodista huyó de una realidad cruda, verdadera y tangible y ahora se ha refugiado en un concurso de fingida telerrealidad. La aparición sorpresa de esta participante en el estreno del programa ponía en evidencia una de las características de Gran Hermano: la artificialidad. El concurso llegó a venderse en sus inicios como un experimento sociológico basado en la observación permanente de la realidad. Veintitrés años después de ese estreno que abocaría a la televisión a una pandemia de telerrealidad, Gran Hermano -y todos los programas del mismo género- se ha convertido en un formato absolutamente artificial. Concursos que fabrican ecosistemas en los que se inducen los conflictos para construir una vida falsa, estrafalaria, hipertrofiada e inflamada. Pura impostura. Gran parte de los nuevos concursantes han crecido nutriéndose de este tipo de formatos y han desarrollado una personalidad exhibicionista ajustada a las necesidades mediáticas. Influencers, concursantes profesionales, exmujeres y chóferes de famosos sin trabajo, artistas frustrados, deportistas retirados, hijos de celebridades sin oficio ni beneficio y narcisistas patológicos forman una fauna postiza y grotesca.
Quizás Sol Macaluso y todos estos personajes necesitan construir su yo en un entorno prefabricado y controlado, hecho a su medida, porque solo así saben qué papel interpretan. En cambio, la realidad, la que todos compartimos, se les hace insoportable porque la vida les recuerda que solo son una circunstancia en un mundo inalcanzable donde ocurre de todo al margen de sí mismos.