El hábito de incumplir

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El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en el acto de conmemoración del 40è aniversario de la entrada de España a la OTAN

1. Noticia. El concepto de noticia va ligado a la novedad: conocimiento de una cosa que no se sabía. Y en este sentido, el enésimo caso de incumplimiento de los compromisos presupuestarios del Estado con Catalunya (ejercicio 2021) no tiene nada de desconocido ni de inesperado, año tras año se repite la misma lamentable canción, expresión de una dejadez que no puede ser casual ni involuntaria. Forma parte de las patologías estructurales de un sistema cargado de mecanismos de resistencia al reconocimiento de las diferencias. Si además los datos van acompañadas de una siniestra asimetría que hace que Madrid reciba mucho más de lo que le tocaba, no es extraño que la normalidad sea portada de los medios de comunicación, porque es escandalosa.

Si los compromisos adquiridos en una ley tan fundamental como la presupuestaria son tan vulnerables (y Catalunya no es la única perjudicada), esto quiere decir que el funcionamiento del Estado está lejos de ser una máquina engrasada y eficaz, y que la frivolidad es el estado de espíritu que determina una negociación política en que se pacta para salvar el trámite parlamentario correspondiente sin ninguna garantía de cumplimiento. Todos lo saben y todos juegan. El que incumple es culpable, pero el que ha negociado no puede alegar ignorancia. Y menos en un tiempo de volatilidad creciente de la política, que hace que el oportunismo haga variar las estrategias permanentemente. Por mucho que a algunos sectores del independentismo estas noticias les llenen de joya porque alimentan el discurso de confrontación y permiten subir los decibelios para disimular la impotencia real del movimiento, no podemos perder de vista los efectos de este tipo de comportamientos, en un momento de cambio del modelo democrático hacia el autoritarismo.

Evidentemente, esta recurrencia del Estado en el desprecio es un alegato permanente contra la única estrategia posible: la negociación. Ciertamente, Pedro Sánchez tiene razones para presumir de haber aprobado 140 leyes desde principio de legislatura con una mayoría plural que parecía condenada a la inestabilidad y que no ha dado un solo triunfo a la oposición. Ha estado varias veces al límite, y en un caso –el acuerdo laboral– fue un presunto error de un diputado de la derecha el que le sacó las castañas del fuego. Pero hasta ahora todos juntos han hecho honor al sentido de la oportunidad. Los socios han marcado perfil cuando ha sido necesario, pero sin llevarlo nunca al precipicio. Esta misma semana Unidas Podemos ha hecho el vacío a la reunión de la OTAN en Madrid. En ningún momento se ha puesto en cuestión el orden establecido, simplemente se ha intentado hacer algunas correcciones que permitan a los socios no romper el juego y al electorado de izquierdas creer que sí, que a pesar de todo merece la pena un gobierno que valla el paso a la derecha.

2. Resentimiento. Pero la política hoy se juega en el terreno del resentimiento –como lo demuestra el crecimiento de la extrema derecha entre las clases populares–, que es de lo que la derecha se quiere aprovechar. La política española vive entre dos límites: el espacio económico definido por la fase actual del capitalismo (al cual Sánchez se ha acomodado sin aspavientos) y el espacio político definido por la cuestión nacional, la unidad de la patria frente a las pretensiones de los nacionalismos periféricos, con el independentismo catalán en el punto de mira. Es decir, a la fuente del resentimiento propia de las fracturas sociales de unas sociedades en desigualdad creciente, aquí se añade una versión particular de la cuestión identitaria, que si en el entorno europeo se despliega principalmente contra la inmigración extranjera, con las demenciales teorías del gran reemplazo, aquí tiene en primer plano el desafío catalán.

Sánchez ha intento contemporizar –con los indultos como osadía máxima–, pero se ha parado demasiadas veces dejando en la incomodidad a ERC y a otros partidarios de la negociación y de la supervivencia de la mayoría plural frente a las derechas radicalizadas. Y no ha cambiado hábitos como el desigual cumplimiento presupuestario. Estamos en un momento en que, como dice Jacques Rancière, “la extrema derecha es la única fuerza de rechazo autorizada por el sistema”. Pero apoyar al que no cumple cansa, y debilita el incentivo de impedir que la derecha radicalizada llegue al poder. 

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