Me han hecho sentir que no soy catalana

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Racismos invisibilizados en nuestra casa: hablemos de ello

Eso que se dice de que "catalanes somos los que vivimos y trabajamos en Catalunya" no es exactamente cierto. Al menos, no lo es para todos.

Puedo hablar de mi caso –lo personal es político, ¿verdad?–, de las violencias y discriminaciones que he sufrido por ser mujer racializada en este país.

Soy nacida en Barcelona y me siento catalana. Tengo muy claro a dónde pertenezco, mi identidad, pero la vivo siendo plenamente consciente de que puede ser cuestionada en todo momento.

Vivir sabiendo que tu identidad puede ser puesta en duda –por puro racismo– es algo que debes aprender a gestionar desde pequeña y que aprendes a naturalizar por supervivencia (es lo mismo que le puede pasar a una persona trans o bisexual cuando se la cuestiona). Constantemente te encuentras con gente que, intencionadamente o no, con un gesto, una mirada, un comentario, te hace saber que no encajas, que eres diferente.

Muchas veces oyes decir eso de "no hagas caso, quien te hace sentir así no tiene razón", y es un consejo válido en estos casos, pero aunque te hagas la sorda, la rabia, la impotencia y la sensación de desprotección no desaparecen. Y más teniendo en cuenta que a menudo son las instituciones públicas las que te cuestionan.

"Vete a tu país" o "No, no, pero ¿de dónde eres realmente?" son expresiones que he oído mil veces cuando me identifico con un simple "soy de Barcelona".

Ya hace tiempo que las personas racializadas y los movimientos antirracistas alertamos de que Catalunya tiene todavía muchas carencias en este sentido y que no se ha trabajado lo suficiente para hacer reformas que cambien unas estructuras racistas que están muy arraigadas. Un ejemplo: todavía hablamos –social e institucionalmente– de migrantes de segunda generación, una idea que no hace más que perpetuar la división, que discrimina, que es excluyente.

Es doloroso tener que soportar que, por mi color de piel, se dé por supuesto que soy extranjera.

Lo que provocan las experiencias de este tipo, ahora, se empieza a identificar como trauma racial. Es un daño emocional que tiene múltiples manifestaciones y consecuencias y que se puede desarrollar después de vivir discriminaciones como identificaciones racistas por perfil racial, la denegación de empadronamiento o el acceso a servicios básicos, una falta de representación y de referentes, un encarcelamiento en un CIE...

Ante esta realidad, la reflexión que hacía Mostafá Shaimi en este diario la semana pasada sobre un posible estallido de violencia en barrios con alta tasa de inmigración en Catalunya no es ninguna pequeñez. No es extraño que personas de origen migrante o que hemos nacido y crecido en Catalunya no nos sintamos parte de ella. El rechazo, la exclusión, el señalamiento de la diferencia... van llenando un vaso que al final acabará colmado.

A menudo me entristezco y me indigno porque siento que en mi país no se me quiere y que no es un lugar seguro para mí. Es muy cansado señalar el racismo y es muy doloroso sufrirlo.

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