La candidatura Barcelona-Pirineos a los Juegos Olímpicos de Invierno del 2030, impulsada por la Generalitat, ha entrado esta semana en la agenda pública de manera abrupta, con polémica política incluida. Si hasta ahora el debate, de perfil bajo y con poca repercusión mediática y social, había quedado circunscrito sobre todo a la cuestión ambiental, de golpe ha cogido protagonismo el choque entre los gobiernos de Catalunya y Aragón, una confrontación que, si no se neutraliza pronto, podría poner en riesgo la misma viabilidad del proyecto. Aragón hace décadas que intenta, sin éxito, acoger unos Juegos de Invierno. Todos sus intentos han resultado fallidos. De hecho, el Pirineo es la única gran cordillera europea donde no se ha celebrado nunca una cita olímpica.
La candidatura catalana, en cambio, a pesar de los vaivenes y dudas que hasta ahora le han acompañado, ahora mismo está bastante bien situada para conseguir la designación oficial. Antes de la traba con Aragón, su problema era sobre todo conseguir la implicación del territorio, un objetivo que se ha empezado a trabajar de cara a la consulta vinculante que se hará a finales de la primavera. En este punto, lo que hace falta es convencer a la gente, y a las instituciones y agentes sociales y económicos, de que se pueden hacer unos Juegos sin grandes gastos inútiles, con inversiones que tengan sentido y resuelvan agravios históricos y con respeto por el medio ambiente. De hecho, estas son las exigencias del mismo Comité Olímpico Internacional (COI), que ve Barcelona y los Pirineos como una buena carta para alejarse de la imagen grandilocuente , poco medioambiental y poco democrática de Sochi 2018 o de la que ahora dará Pekín 2022.
La candidatura catalana, si sabe presentar un proyecto sólido y sensato a la opinión pública, tiene buenas cartas. Sin duda, la más relevante es la fuerza de la marca Barcelona asociada al recuerdo de los Juegos de verano del 1992, unos de los mejores de la historia. Pero también cuenta con el hecho de que en el COI haya dos figuras catalanas clave: el vicepresidente Joan Antoni Samaranch Salisachs y el CEO Pere Mir.
Así pues, el susto aragonés no tendría que ser un obstáculo insalvable. De hecho, el proyecto, tal como se ha ido negociando a nivel técnico, ya incluye Jaca como una de las sedes. El problema sería de nombre y, por lo tanto, de visibilidad mediática y política. Aquí es donde se ha producido el desacuerdo. A nadie se le escapa el trasfondo del arte de la Franja, claro. En todo caso, para el COI lo importante es Barcelona; desde el gobierno español, Pedro Sánchez querría una solución más paritaria, y el COE ha visto cómo su papel de mediador quedaba de golpe superado por la virulencia del enfrentamiento político territorial que debilita las posibilidades ante el COI. Sea como fuere, si unos y otros quieren asegurar el futuro del proyecto, tendrán que apresurarse a entenderse porque el calendario ya les juega en contra. Los Juegos de Invierno pueden ser una buena herramienta de proyección económica y social para el Pirineo. Y no se pueden ir perdiendo oportunidades de este calibre.