Todos los hombres de Wikileaks

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El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, en Londres

Cada generación arrastra su cargamento de basura oficial escondida bajo las alfombras del poder con la excusa de la seguridad o el interés nacional. Hasta que todo salta por los aires. En ocasiones se trata de una explosión controlada desde dentro del sistema. Para ello es necesario alguien suficientemente clarividente para entender que la supervivencia delstatu quoha topado con un cambio cultural insoslayable que le pasará por encima si no se cabalga con inteligencia (es el caso de Juan Carlos de Borbón en España).

Nixon impidió durante quince días que el New York Times publicara los papeles del Pentágono con las mentiras de la guerra de Vietnam, hasta que el Tribunal Supremo estableció que la prohibición era inconstitucional a la luz de la Primera Enmienda que garantiza la libertad de prensa. Tres años más tarde, el Washington Post obligó a Nixon a dimitir después de haber demostrado su implicación en el caso Watergate. Unos periodistas habían hecho dimitir a un presidente. Hollywood llegó a hacer una película.

Pero esa América se sentía lo suficientemente fuerte (y necesitada de ejemplos ante el bloque comunista) para llevar las libertades al límite. En cambio, Julian Assange no tuvo tanta suerte. Su vídeo del helicóptero desde el que el ejército americano asesinó a doce personas por error no pasó el corte de la época: el país vivía en plena locura postraumática del 11 de septiembre, el poder estaba en choque después de comprobar que la tecnología hacía casi imposible guardar un secreto y al imperio le estaban saliendo grietas en todo el planeta. Y el sistema declaró inaplicable la Primera Enmienda a Assange porque no era periodista y le persiguió para que a la gente le pasaran las ganas de hacer denuncias colaborativas. Si alguien rueda Todos los hombres de 'Wikileaks' veremos una película amarga.

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