La celebración del año nuevo en la ciudad de Taipei, en Taiwán.
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Estos días primeros de enero, muchos medios de comunicación dedican un espacio a plantear cómo será la economía de 2025. Se exponen los principales movimientos de lo que los economistas decimos variables macroeconómicas. Por ejemplo, la inflación se estima que será del x por ciento; los tipos de interés habrán abaratado la hipoteca media en cien euros; pero el fin de las reducciones de IVA subirá el precio de los alimentos y de la energía; el PIB crecerá y se estima que se generen tantos puestos de trabajo. Y así sucesivamente.

Siempre que leo estos contenidos, me siento una hormiga. Me voy a contar. Todos estos datos son variables macro, que llamamos también agregados. Son la suma final de las decisiones de millones de agentes económicos. Y nosotros somos uno de ellos. Uno entre millones. Somos hormigas en el hervidero. Somos un consumidor aislado. O un asalariado más de toda la masa laboral del país.

¿Una hormiga puede cambiar el hormiguero? ¿Puede un solo consumidor o asalariado modificar el sistema económico? Escribí hace muchos años un libreto muy divertido titulado El vendedor de tiempo, y utilizaba precisamente el símil de las hormigas. El protagonista, un tipo corriente, quería haber dedicado su vida al diminuto insecto. Pero su dependencia del sistema económico no se lo permitía: una hipoteca por pagar, hijos, obligaciones de créditos, el coche, vivir… Los sueños personales quedaban una y otra vez postergados.

Una hormiga en un inmenso hormiguero. No haré espóiler por si algún lector, casualmente, lo estuviera leyendo. Pero el protagonista logra incidir en el sistema. La hormiga arma un sidral. Pero esto puede suceder en un libro de ficción. No en la vida real. Somos hormigas, mal que nos pese. Entonces, ¿qué nos queda? ¿La resignación?

Pues no. Y aquí es donde me gustaría incidir. Como hormigas que somos, no cambiaremos el sistema económico. No podemos incidir sobre la inflación ni sobre los salarios. Pero sí que podemos incidir sobre lo que nos afecta. La acción económica individual: cuánto ahorrar, cuánta inflación deseo absorber y cuánta puedo evitar cambiando mis hábitos de consumo, cuánto quiero ganar con mi trabajo, buscando evolucionar, o la posibilidad de realizar otras tareas para complementar mis ingresos, o puedo renegociar mi hipoteca o créditos con tal de reducir mi carga de intereses… Hay mil cosas que podemos hacer. Somos hormigas, pero nunca por eso debemos renunciar a todo lo que sea en nuestra mano.

La gestión de la economía doméstica y personal es esencial en nuestras vidas. Les animo a dedicarles un tiempo y esfuerzo.

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