La IA en la administración: ¿para qué y cómo?

Un data center lleno de servidores y discos duros, infraestructura clave para el procesamiento de datos e inteligencia artificial, muestra la capacidad tecnológica actual para gestionar grandes volúmenes de información.
20/06/2025
3 min

La inteligencia artificial está generando unas expectativas extraordinarias, en particular en aquellos ámbitos donde llevamos años atascados como sociedad. Uno de estos ámbitos es la franca obsolescencia de la administración: la IA cortará el nudo gordiano de la ineficacia y la ineficiencia y, por fin, acabará el lío de la burocracia y el darse de cabeza contra la pared por los trámites administrativos. Las esperanzas no son sin fundamento. A una velocidad inédita para la administración, ya estamos viendo pruebas de concepto y pruebas piloto mucho más que prometedoras y con impactos reales tanto en satisfacción como en el tiempo necesario para lograr esa satisfacción. Sin pretender echar agua al vino, la pregunta que hay que hacerse es si estas mejoras son paliativas –y bienvenidas sean– o son realmente transformadoras –y en consecuencia tendrán un efecto multiplicador en toda la administración y la sociedad.

Hay tres cosas que tenemos que pedirle a la inteligencia artificial cuando se impulsa desde las instituciones públicas: que funcione, que haga cosas buenas y que no haga daño a nadie.

Para que funcione todavía se necesitan, en nuestro país, unos desarrollos extraordinarios en materia de gobernanza del dato, interoperabilidad y digitalización de los servicios públicos. La buena noticia es que estos desarrollos se están haciendo, apoyándose en la buena experiencia de la implementación del reglamento general de protección de datos, los esquemas estatales de interoperabilidad y seguridad y, desde verano, la ley europea de IA, entre otras muchas cosas. Sin embargo, esta es una visión muy instrumental de la IA: orientada a mejorar servicios (que está bien) y el día a día, pero sin visión estratégica, sistémica, de impacto.

Esta visión más elevada es la que queremos cuando le pedimos a la IA que "haga cosas buenas", es decir, que vele por el interés general. Esto requiere pensar en su propósito: la IA en la administración, ¿para qué? Y, sobre todo, ¿la administración, con IA, para qué? La respuesta nos sitúa en un orden superior al punto anterior, estrictamente utilitarista. Y, de hecho, son dos respuestas. Por un lado, es necesario que la administración, las administraciones, tengan presente qué parte del mundo quieren cambiar y cómo, cuál es su planificación estratégica a largo plazo, cuál su operativa a corto, qué objetivos y qué metas a corto. Y con qué recursos y con qué equipos. Desgraciadamente, la planificación estratégica es más excepción que norma en la administración. Por otro lado, requiere abordar la IA no como una solución, sino como una infraestructura pública. De la misma forma que la red viaria posibilita comunicaciones e intercambios, reconfigura territorios, cambia economías y marca generaciones, la infraestructura pública digital también puede tener este efecto profundamente transformador –en positivo y en negativo–. Sin embargo, esta aproximación no tiene nada que ver con la mejora de los servicios públicos, sino que requiere una administración que se persona en un debate de país y quiere tener una incidencia estructural: requiere perfiles, recursos y tiempos propios.

Por último, queremos que el impacto de la IA sea positivo, que no haga daño a nadie. Tanto para una cosa como para la otra, pero sobre todo para la segunda, es necesario que todo ello –el propósito, el diseño, la implementación, el seguimiento, la evaluación, la valoración del impacto– sean colectivos y consensuados a nivel de toda la sociedad. Tanto por la complejidad de la misma tecnología como por el alcance de lo que le estamos pidiendo, es imposible que la administración sola salga adelante. Hay demasiados factores a tener en cuenta para que sea posible estar en todas partes sin frenar el avance de la tecnología o ir obviando todos los puntos ciegos que pueden abrirse. La única solución es que la gobernanza de la inteligencia artificial en la administración sea una misión colectiva. Una misión en la que la administración abre juego y ponga mesas y sillas para que todos los actores implicados se sienten a debatir, diseñar e implementar, cada uno desde su ámbito de experiencia y de interés.

Planificación por el interés general y visión sistémica con concurrencia de actores sociales requieren una transformación a fondo de la administración tal y como la conocemos ahora. Una transformación que debe llegar antes que la transformación que a su vez nos promete la incorporación de la IA a la administración. Tenemos por delante, pues, dos caminos, complementarios pero diferentes. El primero, aprovechar la IA para desatascar tuberías y mejorar procesos ineficientes e ineficaces. El segundo, hacer compromiso de enmienda, repensar funciones, estructura y organigrama por ser capaces de transformarse para poder transformarse.

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