Ser republicano o ser feminista o antitaurino no es una ideología en sí. Es lo que podría decirse “una posición contra la anomalía”. En el punto político en el que nos encontramos habrá quien tendrá una ideología republicana, feminista o antitaurina, pero no le gustarán los ideólogos republicanos, feministas o antitaurinos, que a menudo simplifican y banalizan, con aspavientos gigantescos para las pequeñas afrontas, las reivindicaciones de fondo. Así pues, todos estos ciudadanos, cansados del personalismo –y nada más– de los líderes, aparcan estas posiciones contra la anomalía y se centran en la única ideología posible: cómo se reparte el dinero. Gente de derechas y izquierdas está de acuerdo, seguro, que es mejor que no haya pobres. Nadie les desea. Otra cosa es cómo se les trata. ¿Se les dan ayudas o se les esconde? ¿Se les hace la vida imposible o se les deja estar?
Podríamos pensar, pues, en estas circunstancias, que el cien por cien de los catalanes querría una financiación más justa. Tanto hablar de “burguesía catalana” (como si no hubiera madrileña o vasca o andaluza) hace olvidar que en Cataluña también hay pobres, y encima la vivienda aquí es más caro. La solidaridad con otras comunidades, si es desproporcionada y obligatoria, tiene otro nombre. ¿Pero hay un tanto por ciento de habitantes de Catalunya que no quieren una financiación más justa? Sí, algunos de los líderes políticos y sus hinchas. ¿Por qué? ¿Por ideología? ¡Y ca! Saben que la población lo agradecería (ricos y pobres). Y esto no puede ser, porque entonces el mérito no sería suyo sino de los líderes enemigos. En esa parálisis permanente nos encontramos.