¿Dónde para la Iglesia del Concilio Tarraconense?
¿Qué se ha hecho de la Iglesia catalana de finales del siglo pasado? Por mencionar sólo algunos de los que ya no están, hablo de la Iglesia de los obispos Pont i Gol, Deig, Camprodon, Guix y Carrera. Del arzobispo Torrella y el cardenal Jubany. Hablo de aquella Iglesia de los Totosaus y los Alcalde. De los Huguet. De los Marqués, Vilanova y Raguer, monjes de Montserrat. Y no miento a los laicos por no convertir todo el artículo en una lista de nombres.
Pienso también, claro, en aquella Iglesia que describía Jordi Llisterri en Las heridas de la Iglesia catalana. La división de la diócesis de Barcelona y los obispos impuestos (2005), la que siempre ha querido españolizar la diócesis. Pero, sobre todo, si ahora hablo es porque el día 4 de este mes de junio ha cumplido exactamente treinta años del acto de clausura oficial del gran Concilio Provincial Tarraconense sin que prácticamente nadie haya hecho memoria. Y también lo digo, todavía, por el papelón que ha hecho la abadía de Montserrat con la presencia del rey español, no sé si invitado por el abad, el Patronato de la Montaña –que preside Salvador Illa–, la Fundación 2025 o si se ha hecho invitar a él mismo.
Intenté describir esa Iglesia en las crónicas del Concilio en elHoy, después publicadas en 1995 en Concilio con forro y esposas. La Iglesia catalana a través de su concilio. Y recientemente Pep Martí ha hecho un buen retrato del actual en Nación Digital. En todo caso, lo que sí puedo decir con rotundidad es que el último cuarto del siglo XX había una potente, de Iglesia catalana. Diversa, heterogénea y conflictiva, pero estaba allí. Era la que había estado profundamente marcada por el Concilio Vaticano II. Que se había movilizado en 1967 en la campaña Queremos obispos catalanes. Que había hablado en Raíces cristianas de Cataluña con coraje en 1985. Y que había hecho visible su vitalidad teológica y pastoral en el Concilio Provincial Tarraconense celebrado en ocho intensos fines de semana de 1995. Por cierto, clausurado con un discursito del nuncio vaticano Mario Tagliaferri para denunciar a los "nacionalismos exacerbados", del estilo del de Fe de Ven. El nuncio indignó a los propios obispos, una larga lista de personalidades e incluso al siempre prudente presidente Jordi Pujol, a diferencia de lo que ahora provocará el de Felipe VI. Y, aunque las resoluciones llevadas al Vaticano por los obispos ya eran resultado de mucha prudencia –"para evitar futuras frustraciones", decían–, no merecieron la recognitio hasta al cabo de un año.
La historia de ese concilio y los años que le siguieron me ha hecho pensar a menudo en el post-Proceso. Desde las primeras señales arriesgadas en 1991 para convocar un concilio provincial o la propuesta de crear una Conferencia Episcopal Catalana –es decir, de independizarse de la española– del obispo Deig en la UCE de Prada de Conflent hasta la excelencia de las propuestas renovadoras en el desarrollo conciliar de. Por cierto, con un papel muy relevante del entonces abad de Montserrat Sebastià Bardolet. Y después, las resistencias internas y externas, los miedos, los sabotajes, las traiciones y el fracaso y la frustración de muchos por la indolencia en la aplicación de los acuerdos. Y, finalmente, pasados unos años grises y tristes, el olvido al que se le ha condenado.
Sería demasiado fácil establecer un paralelismo entre la Izquierda Republicana que hace presidente de la Generalitat a Salvador Illa y el actual abad de Montserrat, que invita a Felipe VI a conmemorar el milenario de Montserrat. Pero es obvio que el estado de ánimo general del país lo lleva. Además, las recientes declaraciones del abad Manel Gasch, queridamente o no, lo sugieren. En el Foro de Vanguardia del pasado día 10 el abad se apuntó a "hablar con todos" y "escuchar a todos", unas expresiones inofensivas en otro momento que recuerdan demasiado al eslogan del actual gobierno de la Generalitat para distanciarse del independentismo de los gobiernos anteriores. Y decir que ahora a Montserrat "le toca retirarse de ese papel de protección que tuvo en los años sesenta y setenta", seguido tras quince días de la visita del monarca que bendijo la violenta represión del 1-O, duele mucho en las orejas. De hecho, no es dejar de hacer política: es hacer otra que, temo, mientras se llena de turistas arrinconará a Montserrat a una creciente irrelevancia.
No sé hasta qué punto la actual y casi completa renovación de obispos dará la vuelta a la situación y volverá a hacer visible una Iglesia catalana, ni cuál. El papel de los nuevos obispos de Tortosa, Gerona, Sant Feliu, Lérida, la Seu d'Urgell y, pronto, Barcelona y Terrassa es todavía todo un misterio, pero, vistos los perfiles, invitan a una cierta esperanza. En particular, dicen que el nuevo obispo de Lleida, cura Daniel Palau, es un gran conocedor del Concilio Provincial Tarraconense. Esperamos que ayude.