La incapacidad de la derecha española de reconocer el gesto de Otegi
Este miércoles hará 10 años del adiós a las armas de ETA. Se acababa la pesadilla de la violencia terrorista: 864 víctimas y más de 3.000 atentados. Cinco décadas de dolor, la mayor parte en democracia. Cinco décadas de una dura fractura social e ideológica en Euskadi. El proceso de desactivación de la banda terrorista fue lento, con muchos altibajos, incluida la guerra sucia del Estado a través de los GAL. Le costó mucho, pero finalmente la izquierda abertzale dio el paso, con Arnaldo Otegi, desde prisión, como figura clave para abandonar la vía militar y adoptar la vía pacífica y democrática. Este lunes, Otegi, coincidiendo con este décimo aniversario, ha querido solemnizar la efeméride con un nuevo gesto de reconocimiento hacia las víctimas, que es también una autocrítica de importancia histórica: "Sentimos su dolor: no se tendría que haber producido nunca". Con estas palabras, el actual coordinador general de EH Bildu profundiza en el mea culpa de la izquierda independentista vasca.
En esta década, la sociedad vasca, pacificada, ha avanzado lentamente, paso a paso, gesto a gesto, para acabar con el frentismo que la fracturó. Otegi vuelve a incidir en este reencuentro, del cual, por desgracia, se sigue excluyendo la derecha nacionalista española: la reacción del PP, Cs y Vox a las palabras del líder abertzale todavía recuerda demasiado a tiempos ya superados, tiempos en los que todo giraba alrededor del odio y la revancha, tiempos de vencedores y vencidos, tiempos de terror. Sin duda, con la violencia de ETA todo el mundo perdió, y todavía harán falta años para curar las heridas. Pero no tendría que ser solo una cuestión de tiempo. También son necesarios pasos valientes y honestos. En este sentido, algunos familiares de víctimas han demostrado todos estos años mucha más grandeza y generosidad que la inmadurez de tantas voces partidistas instaladas permanentemente en la dialéctica belicista, como si ETA no hubiera desaparecido.
En Catalunya también sufrimos el azote del terrorismo vasco, con tres dramáticos hitos de trágica memoria: el terrible atentado de Hipercor de junio del 1987, el no menos doloroso del cuartel de la Guardia Civil en Vic el mayo de 1991, y el asesinato de Ernest Lluch en noviembre del 2000. En los tres casos, la sociedad catalana reaccionó unida en un clamor por el fin de la violencia. Un clamor pacifista que la honra, y que afortunadamente nos ha marcado. Un clamor, además, que resonó en el Euskadi, hasta el punto que en buena parte condicionó la evolución de la izquierda abertzale. Si el Euskadi de los años de fuego siempre miró con envidia la vía política, pacífica y democrática del catalanismo, ahora es Catalunya quien mira hacia la realidad de Euskadi, donde el independentismo vasco, todavía concentrado en la reconciliación y la convivencia, ha adoptado una mirada larga para transitar por vías políticas y democráticas. En Catalunya, la no-violencia hace mucho tiempo que es un pilar ampliamente compartido, también durante todos estos años de proceso independentista, que ahora ha entrado en el difícil pero imprescindible camino del diálogo y la negociación con el Estado.
ETA fue un error. Su violencia solo trajo más violencia y mucho dolor. Reconocerlo es imprescindible para avanzar. Y reconocer el gesto de los que lo reconocen, también.