Es curioso que, tal y como está el mundo, se hable especialmente de inestabilidad para referirse al tiempo meteorológico, como si lo más cambiante fueran las idas y venidas de las nubes o temperaturas. Aunque si lo piensas bien es posible que sea así, porque la violencia se mantiene estable, el cinismo también y nuestra perplejidad permanece en un anticiclón perpetuo aunque los expertos de turno traten de explicarnos el porqué de la situación geopolítica o el futuro de la IA. Que las cosas se expliquen no significa ni que se entiendan ni que sean comprensibles. Por eso, en realidad y como buenos catalanes, es mucho mejor dedicar buena parte de nuestro interés informativo al tiempo y desear que el Meteocat no nos abandone nunca. Que pete todo menos la Red de Radares Meteorológicos de Catalunya, haced el favor. Que es lo más parecido que tenemos a una estructura de estado.
En realidad, sin embargo, lo inestable es la vida. Y no es que ahora quiera dedicarme a las tazas, aunque la frase es digna de una de estas estampaciones terribles. La inestabilidad vital nos cuesta un poco asumirla y para ayudarnos se inventaron las aseguradoras, que nos recuerdan que los accidentes ocurren y que no quieras tener ninguno y tener que reclamarlo al seguro, si es que toda desgracia tiene un precio. Quien también nos lo recuerda es la edad, cuando oímos decir (y a veces nos oímos decirlo a nosotras mismas) que antes todo era más fácil (no digo mejor, que esto es patrimonio de los extremadamente nostálgicos) o cuando se ha vivido lo suficiente como para saber relativizar la derrota de un partido de fútbol o no enloquecer con una victoria (aquí todavía muchos tienen trabajo por hacer). Antes los hijos daban tranquilidad a sus padres cuando tenían pareja estable, trabajo estable, ideas estables. Quien salía de esta planificación familiar era aquella oveja negra que se había escapado de los márgenes del musgo y se perdía en una inestabilidad visible. Como una nube a punto de descargar. La inestabilidad de los demás se escondía en una construcción social a la que todavía aspira a llegar buena parte de la población. Pero ni antes ni ahora había mayor estabilidad. Había menos libertad, que parece que es donde quiere volver el mundo para recuperar unos valores basados en castigar a la disidencia para mantener el orden. Y quien dice la disidencia dice la pobreza o la empatía. Aunque esta idea también se puede rebatir, porque según para quién, dónde y cómo, antes había más libertad para hacer y decir según qué. Quizás también habría que aclarar el antes, pero para eso se necesitan muchos artículos. Un serial, como se decía. Antes.
El mundo da miedo porque empieza a establecerse en demasiados lugares el pensamiento retrógrado y autoritario que va desde proponer que las mujeres vuelvan a tener hijos y se queden en casa hasta defender el asesinato en masa de niños para hacer realidad la fantasía macabra del genocidio. El mundo da miedo porque no sabemos, y tampoco lo sabíamos antes, cómo detener el desastre antes de que caiga sobre miles y millones de personas. Vemos la sombra extendiéndose, pero todavía tenemos muchos ratos de sol. Somos culpables y somos inocentes. Estamos en una tierra llena de socavones en la que los daños colaterales se mantienen estables. La investigación científica avanza para que vivamos más años y mejor, pero todavía no ha encontrado el antídoto contra la violencia y la solución para mantener la paz es ampliar el gasto mundial en armamento. Nos hemos acostumbrado a vivir en un oxímoron. Coged el paraguas, que nunca se sabe.