Irán-Israel, la guerra que nadie quiere

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Benjamin Netanyahu en una imagen reciente.

Ataque. Décadas de confrontación entre Teherán y Tel-Aviv entran en una nueva fase. Israel sufrió el sábado, de madrugada, el primer ataque directo proveniente de otro país de la región en 33 años (el último había sido durante la Guerra del Golfo). Es la primera confrontación abierta entre Israel e Irán, sin servirse de otros conflictos o actores afines. Y ahora es el gobierno de Benjamin Netanyahu quien quiere demostrar que el precio a pagar por atacar a Israel es muy alto. Lo llaman “disuasión” pero, en realidad, es un juego de provocaciones que encarecen desproporcionadamente el coste del retroceso. La capacidad de contener una espiral de violencia es cada vez más débil. El riesgo de incidentes, deerrores de cálculo que rompan las bridas de una respuesta controlada en esta dinámica de acción-reacción, que lleva décadas durando de forma más o menos enterrada, es cada vez más alto. Y si Irán, algún día (próximo), se convierte en potencia nuclear las reglas de juego regional cambiarán radicalmente.

La clave de lo que debe pasar ahora la tiene Benjamin Netanyahu, atrapado entre la presión de la extrema derecha gubernamental exigiendo una respuesta contundente y el malestar de la calle, que lleva semanas de protestas pidiendo su dimisión. Nadie quiere una escalada bélica regional, pero Netanyahu ha ligado su supervivencia política a los dividendos de la guerra.

Soportes. El ataque iraní permitió a Netanyahu volver a arrastrar a sus tradicionales aliados allá donde no querían: a contribuir militarmente a repeler la lluvia de drones y misiles antes de llegar a cielo israelí. Pero el malestar de la Casa Blanca es cada vez más evidente. Joe Biden se siente presionado por contener unas tensiones que amenazan su reelección; atrapado entre el compromiso de un apoyo "blindado" en Israel y la necesidad de frenar a su aliado sin verse empujado a una confrontación regional; frustrado por una relación tóxica con un líder debilitado y desbocado que, además, espera la victoria de su contrincante electoral en las presidenciales del próximo mes de noviembre.

El apoyo a Netanyahu conlleva riesgos, como demuestra el hecho de que Israel no advirtiera a Estados Unidos que estaba a punto de atacar el complejo diplomático iraní en Damasco el 1 de abril. El debate político sobre qué implica y cuáles son los límites de este apoyo “blindado” está cada vez más presente en Estados Unidos.

Por eso, 48 horas después de contribuir a repeler el ataque iraní, Washington, Londres y París pedían “contención” a Netanyahu. Biden ha advertido explícitamente al primer ministro israelí de que EEUU no apoyará un contragolpe contra Irán.

Urgencias. El pulso regional de Netanyahu tiene efectos mucho más allá. Las dinámicas políticas en Washington están cambiando. Pese a la aprobación en el Congreso de nueva financiación militar para Israel, y de paso para Ucrania, el malestar de la Casa Blanca es público y notorio. También los europeos buscan rehacer una posición propia. La Unión Europea tiene canales de comunicación abiertos con Irán, algo que no tiene Estados Unidos. No son tan potentes ni fluidos como los de China o Rusia, pero están ahí.

El riesgo de una escalada regional en Oriente Próximo interpela a todas las grandes potencias globales. Pero en el corazón de esta espiral de violencia sigue habiendo Gaza. La zona cero de unas tensiones regionales que estallaron precisamente porque los grandes actores de la zona creían que podían resolver sus conflictos al margen del destino de los palestinos. La desescalada del conflicto comienza en Gaza. El paso más urgente sigue siendo aumentar la presión para un alto el fuego.

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