Irrelevancia europea en Oriente Próximo
La Unión Europea reiniciará el miércoles una misión civil para supervisar el paso fronterizo de Rafah, entre Gaza y Egipto, en apoyo al acuerdo de alto el fuego mediado por Estados Unidos. Los Veintisiete pusieron en marcha esta misión por primera vez en el 2005, pero dos años más tarde la suspendieron después de que Hamás tomara el control de Gaza. "Estamos preparados para contribuir al éxito [del plan de Donald Trump] con todas las herramientas a nuestro alcance", escribía ayer la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, incluyendo "apoyar la gobernanza y la reforma de la Autoridad Palestina". Los líderes europeos han empezado ya a hablar con sus homólogos del Golfo sobre el coste de la reconstrucción de Gaza.
"La UE busca su sitio en la mesa de la paz después de haber estado ausente durante todo este tiempo", se lamentaba ayer una diplomática jordana. La Unión Europea es una pieza débil, condenada al rol de espectadora en el baile diplomático que Trump ha liderado en Oriente Próximo. Durante dos años, las divisiones internas han paralizado a la UE en un conflicto en el que siempre había ejercido de donante imprescindible. Pero ahora se le acumulan las causas pendientes. "Es poco probable que Europa consiga un puesto en el consejo de paz [ideado por Trump] si no restablece la plena cooperación con el gobierno de Netanyahu", se permitía advertir esta semana el nuevo embajador de Israel en la UE en una entrevista en el digital Politico. Y eso que la Comisión Europea ya está decidida a abandonar su propuesta de suspender parcialmente el Acuerdo de Asociación UE-Israel.
El primer reto europeo será tener que lidiar con su propia irrelevancia en Oriente Próximo y con la crisis de autoridad moral que le han dejado estos dos años de apoyo incondicional a Israel, que no han evitado el desprecio de un Benjamin Netanyahu que ha fiado su suerte únicamente a Donald Trump.
La UE es víctima de su propio desconcierto a la hora de leer la profundidad y la velocidad de unos cambios globales donde aún no sabe cómo encajar. El pasado abril, en una entrevista con el diario alemán Die Zeit, Von der Leyen admitía que "Occidente tal y como lo conocemos ya no existe". Pero es la realidad interna europea la que complica cada vez más la capacidad de la Unión de saber qué sitio quiere ocupar en esta transformación del orden internacional. La Europa que se reconocía como gigante económico y enano geopolítico está recalculando las autopercepciones. ¿Qué papel puede jugar una organización supranacional, que se creó con el objetivo de domesticar el poder de unas naciones enfrentadas por la guerra, en un mundo de exhibiciones de fuerza milimétricamente coreografiadas?
La UE se ha visto abocada a una dependencia cada vez más disruptiva de las andanadas de Estados Unidos y de la penetración comercial de China. Asimismo, el estado de unas democracias europeas cada vez más frágiles aumenta el nivel de incertidumbre sobre qué visión del mundo va ganando terreno entre los Veintisiete. A la inestabilidad crónica de Francia se ha añadido en los últimos días el regreso electoral de Andrej Babis a la República Checa, con la formación de otro gobierno de coalición con la extrema derecha que se sumará a los nueve que ya existen en estos momentos en el Consejo Europeo. El centro de análisis británico Chatham House publicaba la semana pasada una reflexión sobre qué sucedería con la Unión Europea y con Europa como bloque geopolítico si esta progresión de la extrema derecha continuara. En estos momentos, las encuestas de intención de voto en Francia, Alemania y el Reino Unido sitúan al frente de las urnas al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, a Alternativa para Alemania y al Reform UK de Nigel Farage, respectivamente. En el cuarto país más grande de la UE, Italia, manda ya la extrema derecha.
Es difícil para la Unión Europea imaginar y defender un lugar propio en la gestión de la inestabilidad que arde en sus fronteras cuando la presión de fuerzas centrífugas internas está cambiando la naturaleza de un proyecto político que acumula cada vez más contradicciones internas. En cada crisis, la UE se ha hecho más fuerte en competencias e instrumentos y, en cambio, ha perdido capacidad de liderazgo y visión estratégica. La UE tiene las herramientas para ayudar en la reconstrucción de Gaza, como promete estos días, pero si quiere un lugar relevante en el retorno de la paz también tendrá que trabajar para rehacer la confianza perdida de los países de la región, y esto pasa por repensar, primero, los errores estratégicos que ha cometido en Oriente Próximo.