Visto desde Catalunya, y con mirada larga, el resultado de las elecciones generales es esperanzador: en España no existe una mayoría abrumadora movilizable desde la negación de la legitimidad de la izquierda o de la pluralidad nacional. Al contrario: estas posiciones pueden perder elecciones. Felicitémonos.
Pero PP-Vox ha perdido por la mínima, lo que recomienda mucha prudencia a los ganadores. En particular, evitar nuevas elecciones. Si se llegara a ese punto, me temo que la victoria del PP sería el resultado. La dinámica del voto útil le ayudaría más que al PSOE. Es más probable que un votante de Vox –que seguramente es ya un antiguo votante del PP– pase a votar al PP que que un votante de Sumar pase al PSOE. Además, si vamos a nuevas elecciones será por falta de acuerdo con los partidos catalanes. Muchos votantes sensatos pueden pensar que repetir voto al PSOE reproducirá el callejón sin salida.
Para formar gobierno podemos descartar la gran coalición, así como un apoyo externo del PSOE. No porque en principio sea inconcebible. De hecho, España sería mejor si esa opción fuera posible. Pero no lo será hasta el día en el que la derecha, y su prensa, dejen de cuestionar la legitimidad de la izquierda (“Sánchez o España”). Hoy Sánchez es el PSOE, un partido con un pedigrí democrático que el PP debería si no envidiar al menos respetar. Podríamos decir lo mismo con respecto a los partidos de centroderecha catalanes y vascos. Estos no solo podrían colaborar con la derecha española, sino que ya lo han hecho. Aznar accedió al gobierno por la vía de una negociación con CiU, el pacto del Majestic del 1996. La primera legislatura de Aznar, con Josep Piqué en el gobierno, fue otro momento esperanzador. Lo estropeó Aznar en el 2000, cuando, con mayoría absoluta, inició la contra-Transición. Y es más que evidente, ay, que el espíritu y la palabra de Aznar dominan ahora el corazón y el cerebro del PP. No podemos renunciar a la posibilidad de que la derecha española se convierta en un día sinceramente respetuosa con la diversidad. Quizás a base de perder elecciones verá la luz. Pero por el momento el camino de esperanza nos lo da la izquierda.
ue no sea posible una coalición en el centro no significa que un gobierno de izquierdas no pueda practicar una política de centro. Es lo que ahora les convendría a Sánchez y Díaz si quieren propiciar un ciclo largo de gobierno. Depender de grupos de centroderecha debe condicionarlo. Además, para la izquierda tiene que ser mejor gobernar muchos años con políticas moderadas que empeñarse en impulsar leyes y normas que entusiasman a los puros pero que no duran porque les hacen perder las siguientes elecciones. En la legislatura pasada ha habido muchas cosas buenas, pero de las segundas también ha habido y han hecho daño. Se ha salvado la situación, pero por los pelos.
La moderación también debería informar la negociación entre los grupos catalanes y el PSOE.
Los grupos catalanes no deberían olvidar que este solo es un paso en un camino que se pierde en el horizonte. No creo, hablando claro, que en nuestro contexto europeo el camino pueda llevar a la independencia ni, por lo tanto, a referéndums de autodeterminación. Pero podría llevar a una realidad española en la que la nación catalana, su economía y su lengua, pueda vivir –que no morir– con naturalidad. Y esto requiere un largo proceso de creación de confianza mutua y de confraternización con los sectores españoles más abiertos hoy a esta perspectiva. Y, por lo tanto, es necesaria una actitud constructiva en la negociación: con el espíritu del pacto del Majestic, esta vez con la izquierda española.
El mayor interrogante lo tenemos en un Junts que podría seguir una trayectoria inercial, la que, por la vía de una extinción lenta, va de la pérdida de votos a las generales a la irrelevancia. Pero tiene otra opción: la de reconstruir el centroderecha catalanista para devolverle, adaptado a los nuevos tiempos, un papel de motor de nuestra vida colectiva.
Por parte del PSOE se podría cometer un error: pensar que en la negociación habrá mucha gesticulación de los grupos catalanes, pero que llegado el último día no tendrán ninguna buena alternativa. Es cierto, pero sí tendrán una alternativa: provocar nuevas elecciones, por más que esto sea autodestructivo y poco racional. La experiencia de procesos de negociación indica que cuando una parte está, o cree estar, en una posición dominante y pretende imponer un resultado en el que el otro no gana nada, se puede encontrar con que las emociones toman el timón y que la negociación se rompe. En el camino hacia el horizonte, el PSOE debe también invertir en construir confianza.