Juegos Olímpicos y Proceso
Desde el pacificado calle Consell de Cent, Jordi Amat explica en su nuevo libro Las batallas de Barcelona. Imaginarios culturales de una ciudad en disputa que existe una relación difícil de resolver entre la nación catalana y su capital. En estos debates, muchos opinadores independentistas hemos intervenido, y con constancia, aunque Amat parece no habernos visto (o así lo hace ver). Yo diría que, de entre todas las afirmaciones acertadas de Amat (Barcelona es hoy, en efecto, un "cuerpo político sin cabeza"), el desacierto más desafortunado es la obsesión por perdonar la vida al independentismo. Una constante en la amable y sonriente "socialdemocracia" barcelonesa ante la evidencia de que el Proceso fue el evento más popular, atrevido, progresista, participativo, eléctrico, creativo e internacionalizador (e incluso de mayor consenso social) que ha habido en Barcelona después de los Juegos Olímpicos. La diferencia es que ningún independentista decente despreciaría nunca la importancia de los Juegos Olímpicos. Puede criticar aspectos, y secuelas, pero nunca tratarlo con condescendencia. Ya se sabe: entre el pensamiento de orden también existen todavía clases.
Aprecio a Jordi, pero sobre todo le conozco. Por tanto, creo entender lo que quiere decir: que la obra de Maragall quedó y que el Proceso ha pasado. Como "quimeras", que es como lo define el actual alcalde Collboni, que curiosamente nunca se atreve a afirmar nada parecido sobre los derechos LGTBI o sobre Palestina. Su razón es que Barcelona no ha tenido alcaldes nacionalistas, o independentistas, más allá de los cuatro años de Trias. Antes de eso, debemos remontarnos a Pi y Sunyer (republicano) o bien al doctor Robert. Algo querrá decir esta escasez de poso nacionalista en la acción de gobierno municipal. La parte equivocada de la reflexión es demasiado flagrante, y es el propósito de este artículo. Empezaré por hacer un breve apunte: el candidato Trias, un independentista, ganó con claridad las últimas elecciones. Los pactos contra la naturaleza de los socialistas con el PP no pueden hacer olvidar, como parece querer Amat, este hecho incontrovertible. No: el Proceso no ha "pasado".
"No se puede hacer ficción de una ficción", se apunta como hipótesis en la entrevista de Joan Burdeus en Amat enEl Paísen referencia a la carencia de un imaginario independentista sobre la ciudad. Pero vuelve a ser una afirmación tendenciosa: también el socialismo utópico de Cerdà sería entonces sin duda ficción podrida. El Proceso fue real, me atrevo a informar. En Barcelona. Amat tiende a creer que la batalla por la "tierra" o por la nación se ha desarrollado en el traspaís, renunciando a la batalla por la ciudad, como si el movimiento independentista fuera una especie de "Tractoralia" huidiza e invasora. Esto también es ficción podrida: la batalla por Barcelona es exactamente la misma que la batalla por la tierra. El mismo dolor, el mismo llanto, la misma criatura. No se puede ser "la ciudad de los derechos y la paz" sin atender al derecho a la autodeterminación. Esto lo saben perfectamente los barceloneses, los que cuelgan la estelada del balcón y los que no. También Robert Hughes, en su libro Barcelona (que se detiene en el 92 pero que podría decirse perfectamente Cataluña), identifica los problemas de la ciudad con los del país. Y es que hay pensamiento antes, después y más allá de las calles pacificadas y las almas pacificadas.
De hecho, si alguna "batalla" tiene pendiente Barcelona es precisamente ésta. El acceso a la vivienda, la pérdida de identidad, la lengua (recordamos las reacciones ante la obra de teatro catalanófoba promovida por el Ayuntamiento, o ante la heladería de Gràcia), la sensación de explusión, la gente vapuleada ante las urnas; todo es lo mismo: tierra. Barceloneses. Catalanes. Ciertamente, en ocasiones el independentismo es demasiado reactivo y debe ofrecer también una propuesta material, materializable. Desde aquí hemos ido exponiendo algunas, de forma repetida. Barcelona no se está abriendo, se está madrileñizando; la crisis de la vivienda no es una mala "gestión del éxito", sino la de un clamoroso fracaso; habrá que establecer, aunque sea temporalmente, políticas proteccionistas para los barceloneses; volver a una economía de clase media, especular menos y crear más; las supermanzanas tienen sentido en islas naturales, como el entorno de la Sagrada Família o la plaza Catalunya, no en arterias caprichosas o en espacios artificiales. De hecho, pacificar artificialmente nunca ha tenido sentido en ninguna parte. Ni para una calle, ni para una ciudad, ni para un país.