Jugada estratégica o bumerán incontrolable

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A falta de la resolución en firme del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, todo apunta a que la Comunidad de Madrid tendrá elecciones el 4 de mayo. Elecciones y no moción de censura, y esto implica un cambio sustancial del terreno de juego. Lo que ha hecho el TSJM es no aceptar la medida cautelarísima solicitada por la Asamblea de Madrid de suspender la convocatoria electoral firmada por la presidenta autonómica. Es un primer triunfo para Isabel Díaz Ayuso y, con las maquinarias electorales de todos los partidos ya en marcha, cuesta mucho pensar que el tribunal sentenciará en otro sentido. Ya se puede visibilizar, pues, el pedregal donde puede acabar la pequeña jugada estratégica del PSOE y Ciudadanos: no hay moción de censura en Murcia y, por ahora, tampoco habrá en Madrid.

Por lo tanto, de intentar aumentar su cuota de poder autonómico y de paso ganar peso en la geometría variable de Pedro Sánchez en el Congreso, la formación de Inés Arrimadas -y especialmente ella- ha pasado a no poder esconder el miedo a sufrir deserciones en masa en dirección al PP y a tener que encarar una situación extremadamente delicada en términos de supervivencia política. El PSOE, por su parte, se queda sin el contrapeso que buscaba para abaratar tanto el coste de la coalición con Podemos como el del apoyo de los partidos del pacto de la investidura.

Los socialistas acabarán pescando también en las aguas de Ciudadanos. Tanto Pedro Sánchez como el asesor de cabecera, Iván Redondo, son más expertos en sacar provecho de cada situación creada que en establecer rumbos fiables. Viendo cómo la única muleta que le queda a Ayuso es Vox, de cara al 4 de mayo el mensaje está claro: “O nosotros o Vox”.

Pero es igual de claro que el desenlace del lío no es el previsto, y que Pedro Sánchez puede estar jugando con fuego. Porque los comicios madrileños pueden llevar a un blanqueo de la extrema derecha que acabe con ultras luciendo carteras de consejerías. La aparente candidez en la operación murciana acabaría siendo irresponsabilidad.

Por otro lado, el alboroto general ha sacado lo peor de cada casa. El PP -con Pablo Casado en fuera de juego- ni se ha sonrojado repitiendo el tamayazo y comprando a peso el voto de los diputados de Ciudadanos en Murcia y el cambio de carné de cualquier dirigente naranja. El partido de Arrimadas se ha horrorizado por los cambios de chaqueta cuando su propia líder de filas hace poco más de un año pedía lo mismo a los diputados socialistas en el Congreso. Y el PSOE tampoco ha tenido ningún problema en intentar convertir las elecciones del 4 de mayo en poco menos que un polvorín pandémico cuando para los comicios en Catalunya consideró que los efectos del covid-19 tendían a cero.

Estamos hablando, pues, de un berenjenal considerable que, por cierto, los partidos independentistas podrían tomarse como un divertimento. Y es comprensible habiendo visto la agresividad y el filibusterismo políticos con los que Ciudadanos tan a menudo se comporta en el Parlament. Pero el divertimento tendría que durar poco. El nuevo escenario del 5 de mayo en Madrid seguro que hace más complicado que ahora gestionar los posibles apoyos y acuerdos a los que se pueda llegar entre ERC, JxCat y el gobierno español.

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