Hasta la fecha no ha llovido. Lo ha hecho un poco sólo. Me hubiera gustado un buen chubasco, largo, insistente, que me ahorrara de regar un par de días. Al cabo de media horita ha echado un vistazo de sol. Luego, en el cielo, el gris se ha vuelto a imponer. Una quietud extraña se ha instalado por la tarde. Pronto oscurecerá y hoy será antes porque está tapado. Abro una luz y trato de escribir estas cosas. Lo que sí pasará, pienso, es que refrescará. El calor pegajoso de estas noches pasadas quizá se desvanece y quedará surcado por un poco de aire fresco. Ya veremos. Se ha muerto Josep Maria Joan, que conocí de pequeño, en Figueres. En su casa tenían una tintorería. Él nunca quiso ser tintorero. Estudió por aparejador. Pero lo que hizo fue agolpar juguetes. Tantos que pudo hacer un museo, que hoy es referencia. Más de una vez pensé qué juguete tenía que pudiera interesarle. Pero no tenía ninguna. Nunca me han interesado demasiado los juguetes. Luego, al cabo de los años, le vi alguna vez. Luego ya nunca más. Y ahora ha muerto. Era más o menos de mi edad.
También se ha muerto Xavier Torra. Éste era mayor que yo. Al menos tenía diez años más. Era contratenor en una época en que los contratenores no estaban todavía de moda. Él había sido monaguillo de Montserrat, donde recibió una excelente formación musical. Cantaba muy bien. Cada año, alrededor de Navidad, entonaba el Canto de la Sibila, en Santa Maria del Mar. Nunca fui a oírlo y lo siento. Esto que siempre me lo decía. Pero yo, en Navidad, nunca estaba en Barcelona. Lo había conocido en Vidosa, en lo alto de la calle Balmes. Vidosa era una tienda importante en mi juventud. Venían electrodomésticos, pero sobre todo discos y equipos de música. Xavier Torra era el hombre entendido en estas cosas y te daba consejos. Siempre que iba, hablábamos. Sobre todo de música. Y ahora ha muerto. Hacía siglos que no le veía, como suele decirse. Vidosa ya no existe. Dos muertos en pocos días de este comienzo de julio convulsos en los que continúan las guerras, en Ucrania y en Gaza. En el que, en España, siguen haciéndose la guerra los dos partidos hegemónicos. ¿Cómo acabará todo esto? Putin no quiere ceder. Ucrania es Rusia, la gran Rusia, y él la quiere volver a gobernar entera. Trump quiere que la guerra acabe, dice, para poder colgarse la medalla de la paz y, supongo, para poder ganar una enorme cantidad de dinero en la reconstrucción. Paralelamente, Netanyahu continúa su matanza en Gaza. Quiere exterminar a los palestinos. Quiere que toda la Franja de Gaza sea Israel. Los palestinos quieren un estado propio. Netanyahu no quiere ni oír hablar de ello. Yo creo que el conflicto no tiene ninguna solución.
Las raíces profundas de esta historia vienen de Abraham, como saben, cómo debería saber todo el mundo. Mejor dicho, vienen del extraño sentido del humor de Yahvé. Si leen la Biblia, verán que Abraham se iba haciendo viejo y que su mujer Sara ya lo era tanto como él. Y no tenían ningún heredero. Abraham era rico. Un día, Sara le dijo a su hombre: ¿por qué no te vas a la cama con Agar, la esclava, y le haces una criatura? Así tendrás el heredero que tanto desees. Y Abraham lo hizo. Supongo que la esclava era joven y atractiva, pero eso no viene a cuento. La criatura nació y le pusieron de nombre Ismael. Pero, y ahí aparece el humor de Yahvé, Sara se quedó embarazada. Y tuvo un hijo al que pusieron el nombre de Isaac. Sí, es aquel del sacrificio. Yahvé pidió a Abraham que le sacrificase su hijo Isaac. Y Abraham estuvo a punto de hacerlo, pero un ángel le detuvo la mano cuando ya iba a degollar al muchacho. Un cordero enfrascado le sustituyó. Abraham volvió a casa con el chico. Ismael, el hijo de la esclava, e Isaac, el hijo de Sara, iban creciendo y, un día, que Sara vio cómo los dos chicos jugaban juntos, fue a encontrar a su marido y le dijo: no quiero que el hijo de la esclava tenga los mismos derechos que mi hijo. No quiero que se tengan que partir la herencia ambos. Al día siguiente por la mañana, Abraham llamó a la esclava ya su hijo y les dio panes y agua y les hizo marchar. Supongo que Sara se quedó muy satisfecha. Pues bien, los palestinos son los descendientes del hijo de la esclava. Los judíos, del hijo de Sara. Resentimiento y odio incubados a lo largo de los siglos. Es evidente que esto no tiene solución.
Ahora truena, en esta noche de julio convulso. Y comienza a llover. Son truenos que retumban en el cielo tapado de la noche. No son drones. Por el momento, no se derrumban las casas. No hay muertes.