1. Justicia o política. El cartel de Vox contra los menas que la Audiencia Provincial de Madrid ha validado es un monumento a la ignominia. Un ejercicio de desinformación, xenofobia, humillación de personas en situación extrema, demagogia y patriotismo de vía estrecha. Pero no es el hecho de que los jueces lo indulten lo que me sorprende sino que lo quieran justificar con argumentos políticos. Según el tribunal se aceptan ideas “tan criticables o más que estas”. “Con independencia de si las cifras que se dan son veraces o no” (la duda confirma que es manifiesto que no lo son) los menas “representan un evidente problema político y social”. Es, dicen, “un mensaje electoral a un colectivo mayor”, como si los grupos pequeños tuvieran menos derecho a la protección. En fin, para acabarlo de remachar los jueces dicen que “no se puede tildar de delictiva la emisión de ciertas ideas, salvo que su finalidad sea amenazar, injuriar o despreciar”. ¿Están seguros que en este caso no lo era? Solo hay que ver el cartel para dudar de ello, y se hace evidente que se trata de un discurso de exclusión de un grupo en absoluta situación de precariedad.
Mal va la cosa cuando en una resolución judicial los argumentos jurídicos se mezclan con apreciaciones más propias del análisis político. Que se considere que no había razones jurídicas para hacer retirar un cartel no tiene por qué ir acompañado de argumentos que justifican los contenidos del objeto de la decisión. Hay confusiones de rol que son peligrosas. Y solo sirven para confirmar la promiscuidad entre política y judicatura, a partir de una inquietante idea de fondo: la confusión deliberada entre la patria y la justicia.
2. Autorretratos. Aunque el cartel de Vox me resulta ofensivo no objeto tanto a la decisión de los jueces como sus razonamientos. Ver en la escena pública mensajes que me ofenden más bien me ayuda a creer en la libertad de expresión: si todo el mundo puede hablar siempre habrá cosas que incomodarán a los unos o a los otros. Y todos nos tenemos que acostumbrar a entender que la libertad es esto: que cada cual diga lo que quiera. Siempre que se limita la libertad a alguien pienso que cualquier día nos puede tocar a cualquiera de nosotros. La mejor manera de que se pongan en evidencia a los enemigos de la libertad es dejando que se expresen: no hay nada que los acuse más que sus propias palabras.
Ya hace tiempo que vivimos una paradoja: la parte derecha del Parlamento español se llena la boca de la palabra libertad. Abascal la utiliza en cada frase y Casado le pone el acompañamiento musical. "Libertad o socialismo" fue el eslogan de la derecha en la campaña electoral de Madrid, cuando era evidente que ni una cosa ni la otra. Ruido. Ellos mismos se ponen en evidencia. Hablan de libertad pero practican sistemáticamente la xenofobia, niegan los derechos LGBTI, criminalizan un proyecto político como el independentismo catalán o como el que ellos denominan "populismo de izquierdas", rechazan la legalización de la eutanasia o del aborto y juran por una patria única y trascendental. Eso sí, no quieren que se paguen impuestos, es decir, quieren un estado al servicio del sálvese quién pueda. Pero cuando sienten algunos de sus símbolos ridiculizados o denunciados o cuando se toman decisiones que no los gustan corren al juzgado de guardia. Hablando se ponen en evidencia, si se les prohíbe hablar hacen el papel de las víctimas. No los hagamos este regalo. Aunque tengamos que soportar muchas barbaridades. Dejemos que se retraten.
Ernest Gellner, en Lenguaje y soledad (1998), distingue entre la concepción individualista y atomista del conocimiento –que cree que descubrimos la verdad solos y nos equivocamos en grupo– y la visión orgánica del conocimiento –que lo vincula al despliegue de la carga conceptual de una comunidad lingüística y cultural–. ¿Cómo se puede pasar del yo al nosotros sin dejar pedazos de libertad por el camino?, ¿cómo se puede ampliar la libertad que se conquista colectivamente sin convertir al hombre en medio? Esta sería una de las funciones del ingenio democrático: defendernos del abuso de poder que nos expolia de la condición de ciudadanos para convertirnos en súbditos o patriotas. Es oyendo hablar a unos y a otros que quedan claras las intenciones de cada cual.
Josep Ramoneda es filósofo