Limitar los cruceros

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Un crucero al Puerto de Barcelona

Fora d'escala es el nombre de la última campaña que hemos impulsado las diferentes entidades que, hoy en día, somos parte de la Plataforma contra los Megacruceros en Mallorca. Fora d'escala resume muy bien el exceso que representa el incremento exponencial que ha tenido el turismo de cruceros en los últimos años en el puerto de Palma. Exceso, tanto en número de cruceros, tamaño y capacidad, como en número de pasajeros/año que desembarcan en la ciudad.

Los argumentos contra este incremento exagerado de cruceros los compartimos con otros colectivos y puertos que, ahora mismo, están denunciando el grave impacto y las consecuencias de un turismo que desborda las ciudades. Por un lado, el crecimiento incesante y la coincidencia en los puertos de hasta 5-7 cruceros en días concretos, pero de manera sostenida en el tiempo, ha implicado e implica una desconfiguración del tejido comercial de la ciudad, y de la ciudad en sí misma. Especialmente en el centro histórico, donde además de monumentos, heladerías, souvenirs y restaurantes, hay gente que intenta desarrollar su cotidianidad. Una misión cada vez más difícil por la pérdida de los comercios de primera necesidad, la ocupación de los espacios públicos, la saturación de transeúntes, etc. Cuestiones que acaban en una artificialización del centro de la ciudad, la expulsión de la vecindad y un acaparamiento de lo común para el goce privado que choca con el derecho a la ciudad que se reclama desde los colectivos y movimientos sociales que la habitan.

Por otro lado, hay, obviamente, el debate de la masificación turística al que contribuyen estos gigantes del mar. En las Islas, y en otras ciudades y territorios turistizados, el turismo de cruceros es una modalidad más de turismo que contribuye a un incremento de la presión humana insostenible para la ciudad y los recursos, de una forma muy significativa y con la agravante que se hace con picos del número de personas que, en días y horas concretos, desembarcan y consumen literalmente la ciudad.

En último término, y no menos importante, hay todos los impactos sobre la calidad del aire por la emisión de gases y partículas nocivas derivados de la quema de combustibles fósiles, que no solo consumen en su desplazamiento, sino también en sus estancias en el puerto para mantener los servicios a bordo. Esto tiene una consecuencia directa sobre la salud pública que no es evaluada ni con profundidad ni con rigurosidad. Son muchas las entidades internacionales que han puesto este aspecto en el punto de mira de sus análisis y que justifican un cuestionamiento profundo del turismo de cruceros: Nabu, Oceana o Transport and Environment han proporcionado datos sobre el consumo de recursos, las emisiones y los efectos sobre enfermedades respiratorias y pulmonares, además de los efectos cancerígenos derivados de la respiración de partículas tóxicas emitidas por estos monstruos del mar.

En las Islas, todos estos argumentos han sido puestos sobre la mesa por las entidades para denunciarlos y también para exigir a las administraciones competentes que tomen parte de la responsabilidad de valorar, más allá de los supuestos beneficios económicos de este tipo de turismo, los daños y las consecuencias del exceso de cruceros. Con datos y análisis propios que se pudieran aportar en un debate público, abierto y transparente, que analizara y pudiera cuestionar desde el rigor el porqué de esta apuesta política e institucional por el turismo de cruceros, y a quiénes beneficia. De hecho, hasta disponer de esta información, la propuesta de la Plataforma era que haya un crucero al día y nunca más de 4.000 personas/día en la ciudad.

No lo hemos conseguido –de momento– pero sí que hemos conseguido poner en evidencia la necesidad, por todos estos motivos, de poner límites y reducir este crecimiento incesante de cruceros que ya se había convertido en norma. Y hemos conseguido que políticamente decidan apostar por una limitación. Desgraciadamente, sin embargo, es una limitación no acordada con la sociedad, ni con el Ayuntamiento de la ciudad, ni con la administración del Estado competente, sino con la patronal y los empresarios de los cruceros. Es una limitación, además, que no se sustenta casi en ninguno de los argumentos que exponemos, sino que se ciñe casi al argumento de "la experiencia turística" y que a los turistas no les gusta visitar una ciudad masificada, cuestión imprescindible para poder seguir teniendo mucho turismo (casi un contrasentido). Por lo tanto, es una limitación que no se justifica ni en términos de contaminación, ni de salud pública, ni de afectación a la degradación de la vida en la ciudad. Una limitación, además, sin ninguna base sólida desde el punto de vista de marco regulador y normativo y que, por lo tanto, tal como se ha hecho se puede deshacer. En definitiva, celebramos los límites, discrepamos de los porqués y exigimos rigurosidad y responsabilidad políticas para abordar estos debates y acuerdos con garantías y para la mayoría social.

Margalida Ramis es activista ecologista y portavoz del GOB
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