Los límites de Elon Musk

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Elon Musk, principal ejecutivo de empresas como SpaceX o Tesla, en una imagen de archivo.

Ideología. Elon Musk, el hombre más rico del mundo, acaba de aprovechar la red social que se ha comprado por 44.000 millones de dólares para recomendar a los norteamericanos que voten a candidatos republicanos en las elecciones de medio mandato de este martes; unas elecciones que tienen que decidir las mayorías del Congreso y el Senado de los Estados Unidos y que dejarán a Joe Biden todavía más debilitado de lo que sus lapsus pueden transmitir. 

El todopoderoso Musk y su lavabo –metáfora chapucera de la limpieza que supuestamente aspira a hacer– han entrado en Twitter en un momento de crisis de identidad y de reputación de unas redes sociales que han quedado señaladas como cooperadoras indispensables en la polarización política y social que se vive en Estados Unidos.

El precio de las acciones de Meta, por ejemplo, ha caído más de un 60% el último año. Redes como Parler, Truth Social –el megáfono preferido de Donald Trump– o Rumble –una especie de YouTube de la derecha–, que se promocionan como alternativas sin límites a la libertad de expresión, consiguieron mucha atención mediática después del asalto al Capitolio de enero de 2020, pero siguen siendo minoritarias. Las acciones de Rumble también han caído más de un 35% este año. El poder digital vive su propia transición, y Elon Musk será, a partir de ahora, un actor importante en la redefinición del modelo y de la agenda ideológica de las grandes plataformas.

El pasado viernes, cuatro días antes de estas elecciones de medio mandato, Musk ya despidió a la mitad del personal de Twitter, entre ellos los miembros de la unidad de ética, transparencia y responsabilidad, que ha quedado eliminada. Los equipos que controlan la desinformación electoral y la moderación de contenidos han perdido entre un 15% y tres cuartas partes de sus efectivos, dependiendo de los países. 

Poder. A finales del 2021, Ian Bremmer escribía un largo artículo en Foreign Affairs hablando del “momento tecnopolar”, de esta transformación que vive el sistema internacional, en el que un puñado de compañías tecnológicas ejercen un gran poder de influencia geopolítica en detrimento del poder tradicional de los estados. Estas nuevas élites tecnológicas han impuesto una nueva manera de estar en el mundo; el ejercicio de un poder transnacional que se expande por encima de las regulaciones gubernamentales y, desde estos espacios virtuales y este nuevo orden económico construido a partir de la experiencia humana como materia primera aprovechable (como ha escrito Shoshana Zuboff, la autora del concepto de capitalismo de vigilancia), se permiten decidir el contexto y los límites de nuestra libertad de expresión. Esto es lo que viene a decir Elon Musk cuando libera de la jaula al pájaro de Twitter

Responsabilidad. El problema de fondo, sin embargo, no es solo la redefinición de la libertad de expresión, ni siquiera el uso que haga Elon Musk de la compañía privada que se acaba de comprar. El verdadero problema es el poder monopolístico de Twitter, elevado a la categoría de “plaza pública donde se debaten cuestiones vitales para la humanidad” –según su nuevo propietario– y la dependencia que tenemos todos nosotros del consumo constante e ilimitado del contenido que circula por una red global ahora en manos de una persona capaz de promover falsos remedios milagrosos contra el covid-19, esparcir teorías conspirativas sobre la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y su familia, y proponer (vía Twitter) un plan de paz para Ucrania mientras defiende la anexión de Taiwán a China, país desde donde también fabrica Tesla. Internet se ha convertido en un espacio de influencia y manipulación. Pero si nosotros somos el producto a explotar por excelencia, alguna responsabilidad debemos de tener en el éxito del último filantrocapitalista de turno y el poder de su nuevo juguete. 

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