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Un estadio deportivo reconvertido en un centro de emergencias para atender pacientes de covid  a Srinagar, en la India.

Hace poco más de un año ya sabíamos que somos más reincidentes en los errores que en los aciertos y que una pandemia nos cambiaría la vida pero no el sistema. Las predicciones de futuro más optimistas iban bien para llenar una pancarta casera y para tranquilizar a los menores de edad. También los adultos que llevan siempre encima la excusa perpetua para no madurar. Pero ahora que ya nos salen los unicornios por las orejas y la lluvia de barro no nos deja ni un vidrio limpio, es inevitable que en la mirada se nos ponga aquella basura que no es propiamente nuestra sino del civilizado mundo de los humanos.

En España, mientras descubren el fascismo como si fuera un fascismo diferente de aquel que usan contra Catalunya y buscan en YouTube cómo se hace el nudo de un cordón sanitario, continúan considerando que lo mejor para combatirlo todo es la violencia. Lo mismo sirve para una democracia como para una pandemia. Por eso, en lugar de aumentar presupuestos sociales, amplían otros más esenciales, como el de la monarquía o el militar. ¿Os imagináis cuántos muertos se habrían evitado si hubiera habido más tanques disponibles? ¿Habéis visto cuántos enfermos se han salvado del covid gracias al rey? Hemos visto militares saltarse el protocolo de vacunación e infantas viajando a la otra punta del mundo para ponerse una vacuna. Eso sí. El Instituto Internacional de Investigación por la Paz de Estocolmo ha calculado que el gasto mundial militar ha aumentado un 2,6%. España no está sola en el rearme pero acostumbra a apuntar hacia niveles altos en rankings de aplauso dudoso. Es el caso. El Centre Delàs d'Estudi per la Pau calcula que ha sobrepasado con creces esta cifra de media mundial y ha aumentado el gasto militar en casi un 9,5%. Así, para la próxima pandemia España ya dispondrá de más helicópteros de guerra, de más cazas Eurofighter y de más submarinos. La idea es que todos lleven microscopios incorporados para atacar al virus con mayor precisión. Es broma. El objetivo es continuar esparciendo el argumento de la seguridad por tierra, mar y aire. Que se pretenda transmitir a partir de incrementar el material bélico realmente deja una sensación de tranquilidad amplísima. Es como vivir en una casa llena de rejas. Duermes mucho mejor. Y con el bombardeo diario de anuncios de alarmas para que no entre gente extraña en tu casa consigues el pack completo. Si no te asaltan, siempre te puedes morir de un ataque de corazón. Parece mentira que con tantos sistemas de seguridad todavía necesitemos ir con mascarilla, ¿no? Y todavía es más difícil de creer cómo, en un mundo tan seguro, un hombre haya podido asesinar a una mujer quemándola viva. En Catalunya y en el siglo XXI. Suerte de los gastos públicos en protección. Por no hablar de las balas de foam que pueden dispararte solo al brazo. Van pasando los días y la pandemia es lo menos importante. Lástima que para intercambiar impresiones en directo con las amistades todavía falte un poco de tiempos. Por seguridad. 

También ayuda mucho que en la nueva normalidad sea normal que las cumbres políticas se hagan en la prisión. Por querer un país libre nos está quedando cada vez más sometido. O más seguro, vete a saber. Lo que tengo claro es que duele pintar un arcoíris con tanto gris. Y mira que esta primavera prometía. Pero solo nos ha faltado que lo peor de la variante india sea la pobreza. Miles de muertes en el país que fabrica más vacunas del mundo. Teníamos que aprender cosas nuevas y solo nos quedamos encerradas en casa unos meses. La próxima vez que salgamos quizás nos tendríamos que tomar más seriamente esto de cambiar el mundo.

Natza Farré es periodista

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