En las elecciones presidenciales del 92, James Carville, el estratega de Bill Clinton, pegó un cartel en las oficinas del comando de campaña que decía: “La economía, estúpido". La frase se convirtió en el eslogan no oficial de la campaña de Clinton y hay quien dice que fue determinante para derrotar a Bush. A partir de ahí se instaló en el lenguaje político y traspasó las fronteras de EE.UU.
“Es la economía, estúpido” sintetiza el significado real de la política (en un sentido material) y sus condiciones de posibilidad. Pero ojo, la frase es de un estratega liberal. Y para los liberales la economía es como la ley de la gravedad, como la meteorología, es decir, una variable independiente que no requiere de otra variable para entenderse, de forma que sus “datos" simplemente se incorporan sin tener que explicar cómo se originaron. Esto es una falacia de dimensiones bíblicas si se aplica a la política. Y no lo digo yo, ni hace falta leer a Karl Marx para entenderlo. Lo dijo el multimillonario Warren Buffett en 2014: "Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”.
Cualquier dirigente político de la izquierda debería tener un cartel en su despacho con la frase de Buffett. Le serviría además para entender lo que hay detrás de la reforma laboral que, de puro milagro, ha sido aprobada por el Congreso y también el debate sobre fiscalidad que enfrenta a la derecha y a la izquierda del gobierno del Estado. Permítanme (y disculpen) que siga con este pretencioso rol pedagógico que me he arrogado y que ensaye dos tesis al respecto de las reformas laborales y fiscales del gobierno, partiendo del título de esta tribuna.
Primera tesis: La reforma laboral aprobada supone avances importantes para los trabajadores, pero expresa una correlación de fuerzas, no una victoria absoluta de nadie. Esto debería ser una obviedad pero no lo es. Hemos visto a diferentes fuerzas de la izquierda presentar unos la reforma laboral como el mayor éxito de la clase obrera y otros como una claudicación ante la patronal. Las dos afirmaciones son falsas y los que las hacen lo saben de sobra. La reforma nace de una correlación muy clara. Por un lado CCOO, UGT, el ministerio de Trabajo y 34 diputados de UP tras el robo del escaño a Alberto Rodríguez. Enfrente la patronal, buena parte de los medios de comunicación y un PSOE que regaló a la CEOE la capacidad de veto al dejar claro a UP que si Trabajo no lograba el ok de la patronal, el PSOE no apoyaría la reforma. Esto es tal y como lo digo. ¿Pecó mi formación política de exceso de triunfalismo? Creo que sí. ¿Habría que haber intentado tener cerrado -aunque fuera discretamente y sin luces- el acuerdo con ERC y EH Bildu antes de anunciar el acuerdo con la patronal? Quizá sí. Una vez anunciado el acuerdo, el PSOE se apresuró a situarse con la patronal para decir que no se podía tocar ni una coma. No dejaron margen a Trabajo para negociar nada realmente relevante con los socios de izquierdas. A partir de aquí creo que ERC se equivocó con una exhibición de planteamientos maximalistas nada coherentes con su praxis habitual. ERC no es la CUP. ERC, como cualquier fuerza de gobierno, actúa en el marco de correlaciones endiabladas y, como cualquier fuerza de gobierno, traga sapos. Su agresividad tuvo algo de oportunista. Se puede entender que ERC estuviera interesada en debilitar a una eventual competidora electoral como Yolanda Díaz (la política es así de fea y ese juego feo lo practican todos) pero reforzar la táctica del PSOE en su búsqueda de la geometría variable fue un error grave. Se entregó a la derecha una ventaja táctica. Se le dio la espalda y la derecha española jamás desprecia la ocasión de apuñalar. Solo la impericia de un diputado del PP salvó a UP de una puñalada mortal que hubiera tenido consecuencias morales también para ERC. ERC, por cierto, ahora estará más sola para hacer frente a la agenda económica de Junts, que, como todo el mundo sabe, no es de izquierdas. EH Bildu lo tenía más difícil que ERC para apoyar la reforma por la presión de la mayoría sindical vasca. En Euskadi CCOO y UGT no mandan y además allí sí hay conflictividad obrera. Y con todo, el tono de Sortu (no tanto el de sus aliados que en Madrid imitan el estilo de Rufián) fue sobrio y contenido. En UP nunca deben olvidarse de que Sortu encarna algunas virtudes de la vieja cultura comunista: discreción y voluntad de acuerdo si se les reconoce cuando toca hacerlo. En resumen: el desencuentro entre UP, ERC y EH Bildu ha sido malo para las tres formaciones y para los intereses que representan. Ninguno de los tres ha ganado nada de los reproches cruzados.
Segunda tesis: Con el debate sobre fiscalidad entre la derecha y la izquierda del gobierno que se acaba de abrir, vuelve al centro de la política la lucha de clases y una oportunidad para concertar la acción política de la izquierda. Lo de la comisión de expertos no es más que la forma que usa el PSOE para ganar tiempo y así minimizar al máximo el alcance de la reforma fiscal. UP hace lo que tiene que hacer y mete prisa y presión. El PSOE trata de ralentizar el partido porque tiene aliados empresariales que no quiere perder y, para eso, tiene que evitar que la reforma fiscal llegue demasiado lejos. Esto es exactamente así. La política funciona así y hace falta ser muy cínico para no reconocerlo. Ojalá UP, ERC y EH Bildu sean capaces de entender que el Tax The Rich (como la Ley de Vivienda) es una oportunidad para retejer una alianza estratégica que va más allá de sus intereses como partidos y que tiene que ver con algo más profundo; empoderar a las gentes trabajadoras de todo el Estado frente a los superricos. Y ojalá lo hagan diciendo la verdad con crudeza sin caer en tacticismos para debilitarse mutuamente. En la guerra cultural con una derecha enormemente superior en recursos mediáticos, decir la verdad, por incómoda que sea, es uno de los mejores recursos de las izquierdas. Y no solo es una cuestión ética; también es política. Enredarte con los marcos que te ofrecen los medios puede dar buenos titulares durante un tiempo, pero a la larga te debilita ideológicamente. Precisamente porque no es la economía, sino la lucha de clases.