Madrid, cuestiones personales
Dentro del gran vertedero político, mediático y empresarial de Madrid se pudren, mezcladas, las cuestiones de orden público con las privadas y las íntimas. Sabemos que, en política, las relaciones personales son determinantes. La relación que hay entre el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, y la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, es de un odio triangulado y sincero. No se trata de simple rivalidad política, no se trata solo de derribar a un gobierno: se trata de un odio intenso, real y sólido. La deyección también existe entre Feijóo y Ayuso, pero la tensión con Sánchez va evidentemente más allá.
Feijóo no le ha perdonado a Sánchez que se burlara de él desde la tribuna del Congreso después de que el líder del PP dijera que no era presidente del gobierno porque no quería. Es una burla que Feijóo lleva atragantada y por eso el pasado día 9, cuando Sánchez compareció para anunciar las medidas anticorrupción con las que quería responder al escándalo de Santos Cerdán y Ábalos, lo sacó expresamente a colación: "Ahora ya no se ríe tanto", le espetó. Luego añadió lo de los "prostíbulos" del difunto suegro, y lo hizo con un grito que quería ser admonitorio pero que sonó desesperado.
La desesperación se acentúa cuando el despacho de asesores financieros Equipo Económico, que se ha hecho célebre en pocos días como consecuencia de las revelaciones del entramado de favores y extorsiones que Cristóbal Montoro construyó en el ministerio de Hacienda y dentro de la Agencia Tributaria, publica un comunicado en el que amenaza a los periodistas y los medios con acciones penales contra quien ose publicar o emitir algo que no les guste. Amenazar a periodistas es un comportamiento mafioso, y la palabra mafia, que hace unas semanas fue la mitad del lema de una manifestación convocada por el PP contra el sanchismo ("O mafia o democracia", gritaban), tiene ahora un cierto efecto boomerang.
Por su parte, Ayuso ha dado muestras repetidas de un presidencialismo que para sus seguidores debe de ser carismático, pero que para cualquier observador externo resulta esperpéntico. Ahora intenta justificar que ella y su familia hicieran un uso privado de un chalet de lujo que la Comunidad de Madrid compró bajo su mandato, aduciendo que llevó la comida en un táper y afirmando que España es "una dictadura comunista". También se confirma la acusación contra su pareja por fraude fiscal, un asunto del que la presidenta de Madrid ha dicho que concierne a "un particular" pero que ella misma ha intentado convertir en asunto de estado, con un fiscal general imputado por el Supremo. Ayuso, recordémoslo, es la dirigente que llamó hijo de puta a un presidente del gobierno dentro del Congreso, y que después se jactaba de ello con una bromita infantil sobre fruta. Feijóo tampoco la soporta, pero no puede hacer más que convivir con ella porque su liderazgo es mucho más débil. Todo esto no permite hacer vaticinios, porque la olla podrida madrileña hierve día y noche y es imprevisible qué nuevo dossier puede estallar en cualquier momento. Pero marea, y causa desafección.