Mala noticia: estamos perdiendo la carrera climática

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Paisatge nevado al Lluçanès

Cuando empezábamos a superar la pandemia, estalla la guerra. Las crisis se encadenan y enmascaran la gran crisis global que está poniendo en juego el futuro de la humanidad: la climática. Siempre hay algún descalabro que pasa por delante de una urgencia que, a pesar de las señales evidentes que nos lanza la naturaleza, no nos acabamos de tomar seriamente. ¿Somos unos irresponsables? ¿Somos unos inútiles? ¿Somos unos inconscientes? Nos llega ahora un nuevo SOS de la ONU: su grupo de científicos climáticos nos ha advertido este lunes de que sin "una profunda e inmediata reducción de las emisiones [de gases de efecto invernadero] en todos los sectores, limitar el calentamiento a 1,5 ºC quedará fuera de nuestro alcance". El informe alerta también de que la aplicación del Acuerdo de París, que ya era un pacto de mínimos, es todavía demasiado "lenta" y "desequilibrada entre sectores y regiones". Más claro, el agua: estamos perdiendo la carrera climática.

Europa, EE.UU. y China ahora mismo están concentrados al ver cómo sale cada cual de la guerra de Ucrania. Está claro: no es un problema menor. Y también es un desastre para la humanidad, con riesgo nuclear incluido. Pero a pesar de que no vemos a los muertos de una manera tan dramática e hiriente como Bucha, la crisis climática también está teniendo un coste en vidas: incendios forestales, sequías, subidas del nivel del mar... Los refugiados climáticos son una realidad mundial que va a más. En un sentido, la guerra de Ucrania tendría que ayudar a pasar a la acción en el terreno de las energías renovables, cuando menos en Europa. La dependencia europea de los combustibles fósiles rusos tendría que ser un estímulo añadido a la hora de buscar alternativas. Más de un país tiene sobre la mesa el regreso a la energía nuclear, un camino que no se puede descartar, a pesar de que la mejor vía, especialmente en nuestro entorno mediterráneo, son las energías solar y eólica. Ya sabemos que su implantación tiene costes paisajísticos y oposición social, pero no hay más remedio que apostar fuerte. No todo tienen que ser grandes centrales eólicas o solares: el minifundismo en los dos casos es posible, viable y socialmente recomendable, a pesar de que no será suficiente. Sea como fuere, Catalunya tiene que poner manos a la obra sin más dilación.

Ni en nuestra casa ni en ninguna parte no hay tiempo para perder si queremos evitar un calentamiento global cuyas consecuencias catastróficas ya no podemos circunscribir en el terreno de las ficciones distópicas. Las hemos empezado a vivir en la propia piel, con fenómenos climáticos extremos. Ahora mismo, en Catalunya las heladas y el frío repentino y sostenido de este inicio de primavera están afectando la floración de muchas especies vegetales que, además, también debido al calentamiento planetario, se ha ido avanzando: sabemos que de media las peras maduran 40 días antes de lo que maduraban hace cuatro décadas; los albaricoques, 28; los melocotones, 22; las manzanas, 21; y los olivos florecen 20 días antes que hace 45 años.

La transición energética no puede esperar. Hoy, el 10% más rico de la humanidad –y la mayoría de ciudadanos del primer mundo nos podemos incluir en este porcentaje– es responsable de entre el 34% y el 45% de las emisiones de gases de efecto invernadero globales. Nos toca actuar y exigir a nuestros gobiernos que actúen.

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