Una ikurriña ondea en una localidad del País Vasco.
12/06/2025
3 min

A finales de los años 80 y principios de los 90 del siglo pasado, la vasquitis estaba bastante extendida en Catalunya. La base social convergente envidiaba el grado de autogobierno alcanzado por los vascos en los pactos de la Transición, especialmente el concierto económico, y ya empezaba a tener la sensación de que a los catalanes se nos había tomado el pelo. El sentimiento era tan extendido que Jordi Pujol –siempre atento a estas cosas– se preocupó de crear una narrativa para eludir la comparación y reforzar la autoestima: el proyecto y la personalidad de Catalunya no se basaban en el control de los impuestos sino en la lengua y las competencias en educación. "Ellos quizás tienen el concierto, pero el país está roto por la violencia y han perdido la lengua". La cohesión social y el progreso del catalán, decía el mantra, eran la prueba de que se había hecho la apuesta correcta.

En paralelo, dentro del independentismo –entonces muy diferente a ahora, en tamaño y en cultura política– la vasquitis había hecho directamente metástasis, y no por el concierto económico, sino por una admiración indisimulada por la lucha armada de ETA. La voluntad permanente de imitación chocaba una y otra vez contra la misma evidencia: Catalunya no era el País Vasco. Pero se trataba de dar golpes con la cabeza contra la pared tantas veces como hiciera falta, hasta que "el pueblo" entrara en razón y viera a la luz. El independentismo no salió de las catacumbas hasta que una generación de dirigentes, encabezados por Àngel Colom y Josep Lluís Carod-Rovira, rompió explícitamente con esta dinámica.

Ha pasado mucho tiempo, y ahora que las cosas allá arriba son –afortunadamente– tan diferentes, quizás toca volver a mirar hacia el País Vasco y comparar sin miedo. Concretamente, sin miedo a descubrir que salimos perdiendo en todos los indicadores y que la única conclusión posible es que ellos llevan años tomando las decisiones estratégicas correctas, y nosotros exactamente lo contrario.

Veámoslo con algunos datos. Hace veinticinco años, en 2000, tanto la población de Catalunya como el PIB catalán eran tres veces mayores que los del País Vasco, pero el PIB per cápita era prácticamente idéntico: 19.383 € aquí, 19.542 € allá. Era la fotografía de dos países que producían de forma proporcional a su población y con una riqueza por habitante equivalente. ¿Dónde estamos hoy? La población de Catalunya se ha disparado y también su PIB, pero el PIB per cápita se ha desequilibrado fuertemente a favor del País Vasco. Con datos de 2024, la riqueza producida por habitante en Catalunya es de 35.325 €, y en el País Vasco es de 39.547 €. Hace 25 años éramos igual de eficientes. Hoy ellos lo son mucho más.

Los trabajadores vascos, por cierto, también cobran más que los catalanes. El salario bruto mensual medio allí es de 2.545,8 € (el más alto de España), mientras que en Catalunya es de 2.281,3 €. Son más eficientes produciendo, y además las familias tienen más dinero en el bolsillo. ¿Qué ha pasado en los últimos 25 años? La respuesta es muy fácil. Catalunya decidió apostar por el turismo y el ladrillo, con la consiguiente explosión demográfica vía importación de mano de obra barata, y el País Vasco eligió otro camino: apuesta por la industria y mantenimiento del turismo dentro de unas coordenadas sostenibles (el turismo representa el 6,6% del PIB vasco y el 12% del PIB catalán; el País Vasco recibe 1 turista por habitante al año, Catalunya 2,5).

¿Y con la lengua qué ha pasado? Pues lo que tenía que pasar, teniendo en cuenta que la principal política lingüística de un país sin estado es el modelo productivo. El País Vasco ha evitado el crecimiento demográfico (solo ha crecido 160.000 habitantes en los últimos 25 años) y ha tenido una sólida estrategia de promoción del euskera, especialmente centrada en la juventud. Hoy el 57,9% de los jóvenes son ya vascohablantes. Del total de población, hay un 28% de vascohablantes en Euskadi y un 32% de catalanohablantes en Catalunya, pero con una diferencia clave: su flecha va hacia arriba, y la nuestra hacia abajo. Ellos remontan, nosotros retrocedemos.

Nuestras élites económicas y políticas se han equivocado muchísimo durante mucho tiempo, y nos han llevado a un callejón sin salida social, económico y lingüístico. No vamos por el buen camino, y pinta que no quieren rectificar: somos 8 millones y nos piden que nos preparemos para llegar a los 10; tenemos un aeropuerto de 55 millones de pasajeros y nos dicen que debemos hacerlo de 70 millones (nota al margen: el de Bilbao no llega a 7 millones y la economía vasca es más sana). Más población, más turismo, más de todo, pero no podemos pagarnos un piso y la lengua se nos escurre entre los dedos. Mamá, yo de mayor quiero ser vasco.

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