La lucha de la pandemia es como una carrera de obstáculos en la que, a cada valla que se supera, nos acercamos algo más a la normalidad precovid. Este sábado es uno de aquellos días importantes en este proceso porque deja de ser obligatoria la mascarilla en los exteriores siempre que se pueda mantener una distancia mínima de 1,5 metros entre personas. Un año después de que entrara en vigor esta medida, pues, y coincidiendo con la llegada del calor más fuerte, podremos prescindir de las mascarillas, respirar aire sin ninguna interferencia y volvernos a ver las caras. Será un paso comparable a la apertura de la restauración o la recuperación de la movilidad, un cambio que confirma los buenos pronósticos sobre el impacto de la vacunación.
Aún así, la mascarilla continuará siendo obligatoria en espacios cerrados, como por ejemplo en el transporte público o el comercio, de forma que hará falta siempre tener una a mano. Los expertos coinciden que es aquí, en los espacios cerrados, donde se producen la gran mayoría de contagios y que la obligatoriedad de la mascarilla en los exteriores era una medida destinada más a concienciar sobre la importancia de llevarla siempre encima que su efectividad real para frenar la transmisión. Aún así, el ejemplo de lo que está pasando en otros países invita a no bajar la guardia. En algunas zonas de Israel, por ejemplo, se ha recuperado la obligatoriedad de la mascarilla ante el repunte de contagios por la variante delta del virus.
Sin ir más lejos, los brotes detectados entre estudiantes que estaban de viaje en Mallorca o Menorca demuestran que el virus se está ensañando ahora con la población más joven, la que no está vacunada. Es cierto que en estas edades el riesgo de sufrir consecuencias graves por la enfermedad es muy bajo, pero hay que recordar que hay sectores de población de más de 50 años que todavía no han recibido la segunda dosis o, simplemente, no se han vacunado. Se calcula que un 16% de la población de más de 50 años no está inmunizada. Si a este porcentaje le sumamos el hecho que ninguna vacuna puede asegurar un 100% de inmunidad, hay todavía un riesgo no despreciable que un contagio, fruto por ejemplo del contacto con un joven infectado, pueda acabar en hospitalización.
Es por este motivo que las autoridades buscan ahora convencer a los reticentes a vacunarse, o a aquellos de entre 60 y 69 años que no han querido ponerse la vacuna de AstraZeneca, para que lo hagan, ni que sea ofreciéndoles otra vacuna para desvanecer dudas. A medida que pase el tiempo, no estar vacunado en estas edades será especialmente peligroso porque ya no habrá las restricciones que hasta ahora han frenado la propagación del virus, puesto que la población general necesita poder recuperar estos ámbitos de libertad perdida.
Aun así, el uso de la mascarilla en los interiores se podrá alargar mucho más en el tiempo, como medida de protección para evitar la transmisión del coronavirus (y del resto de virus, como la gripe, por cierto). Dentro de poco quizás este será el único recordatorio de la pandemia. Pero por suerte ahora ya no hay que convencer a nadie de su necesidad.