Masificación turística en las Islas

Una pintada contra la masificación turística en Palma.

En las Islas la movilización contra el turismo ha estallado. La gente se ha cansado de un malvivir para la mayoría en beneficio de unos pocos. Se dirá que todos los isleños, algo o mucho, se benefician del turismo. Pero es, sin duda, una cuestión relativa a cómo se reparten los costes y beneficios del turismo. Es dentro de una isla donde se viven, precisamente, en mayor grado, las limitaciones a la actividad, que por definición deben autocontenerse (densidad, residuos, aglomeraciones, agua...). En todo caso, no sé si reírme o enfadarme cuando veo a la derecha balear y la canaria sumándose al clamor de poner límites a algo que ellos mismos, y sus hasta ahora lobis protegidos, han provocado, y que ahora los desborda . Estos últimos se quejan, de hecho, porque otros agentes, que controlan ellos poco, han entrado en el negocio con el alquiler vacacional; quisieran una protección más!

Hace tanto tiempo que algunos hemos denunciado la situación de que si no fuera por responsabilidad haríamos un Trias (“¡que los bomben!”). Era evidente que la carrera no debía marcarle el aumento absoluto del PIB, sino la renta per cápita relativa; la productividad. También, que era necesario mejorar el bienestar computando la erosión patrimonial. Y que no se trataba de crecer o decrecer, sino de crecer de forma distinta. A estas alturas, por ser propositivo, ya la vista del caos al que estamos abocados, abonaría tres medidas suficientemente concretas: (i) un impuesto turístico mucho más alto, estacional en función del mes y temporada, extensivo a coches de alquiler y amarre, progresivo según el tipo (esloras, categoría hotelera, coches de combustión); (ii) un fuerte subsidio público, sustraído de la recaudación anterior, para incentivar a los visitantes fuera de las puntas estacionales (promoción de turismo de invierno, cultural, de descanso), subvencionando decididamente el transporte aéreo, e incluso el rodado col ·lectivo, y, a poco que se pueda, la vivienda juvenil de residentes; (iii) un recargo estacional sobre los carburantes, sin distinciones, cobrado en las gasolineras, que penalice en temporada alta tanto la movilidad como la no utilización de transporte público. Ciertamente, otras medidas son pensables pero, por su entidad y trascendencia, son difíciles de poner en marcha (limitación de compras de suelo a no residentes, de entrada de coches, etc.) y, así, dilatables en el tiempo.

Seguro que las medidas no van a gustar a todo el mundo. Pero racionar vía precios, elevados con impuestos generales, es más sencillo que hacerlo vía cantidades –tú sí, tú no–, bastante complicado de gestionar. Se hablará de pérdida de competitividad, turismofobia, repercusión a precios aún más altos, etc. Hasta ahora decíamos que nunca llueve a gusto de todos. Ahora, con la sequía, hemos empezado a comprobar que hay cosas que nos afectan a todos, que son un bien (o un mal) común, y que no pueden estar en el arbitrio de unos pocos, por poderosos que sean. Y esto es el fondo de armario de todo: de quién es la isla (cuando vemos que se venden fincas con talayots y patrimonio natural), de quiénes son las empresas hoteleras (concesiones que llevan a un monopolio sobre el territorio, autorizando una explotación en un lugar y no al de al lado), de quiénes son los entes públicos reguladores de la actividad económica (Aena vol ampliar aeropuertos, sirviendo a los accionistas, cuando dispone de un monopolio justificable por el interés público) o, incluso, como hemos visto recientemente, de quiénes son las entidades financieras (¿pueden los fondos de inversión, de paso en uno accionariado, ¿dilapidar en un momento dado los fondos de comercio del Banco de Sabadell?). Con la llamada responsabilidad social corporativa de todos se demuestra que no es suficiente. Hay decisiones que requieren mayorías reforzadas, ya que ni una junta de accionistas, ni un plan urbanístico, ni una licencia de uso pueden ser incondicionadas como ganancias caídas del cielo. A falta de consenso, la legitimidad de las mayorías está en el interés conjunto y no en el singular. Y ahora toca, de una vez, que prime el conjunto, frente a los excesos que suponen una actividad, la del turismo, que supera todos los límites de convivencia en las Islas, donde yendo cada uno a la suya acabamos perdiendo todos.

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